miércoles, 12 de enero de 2011

+ 12-01-11 + Medidas desesperadas

Es increíble con la rapidez que se ha vuelto a llenar el edificio de esas cosas inmundas. A las escasas horas de nuestro intento fallido de escape, el rellano ha vuelto a estar igual de repleto o más. Lo he podido comprobar con mis propios ojos, ya que no he quitado ojo de la mirilla en estos días. Decenas de merodeadores campando de nuevo a sus anchas, agolpándose por las escaleras, restregándose sanguinolentos por las paredes del rellano... Una locura. Y ahí fuera, la cosa ha cambiado, pero para peor. Es imposible calcular el número de merodeadores que rodean el edificio, agolpándose en la puerta. Una jodida marea de seres que se pierden allá donde la vista no llega. ¿Como puede ser? ¿Qué les hace venir hasta aquí? Son estúpidos y poco inteligentes, pero la falta de inteligencia la compensan fuertemente con un extraño sexto sentido. Es como si deambulasen sin rumbo hasta que se topan con una horda de congéneres que se agolpan sobre algún lugar, y entonces piensan "¡Anda! ¡Aquí hay comida!", sumándose a la multitud. Resulta gracioso, ya que esto debe ser un remanente de sus antiguas vidas. Los seres humanos, antes de que todo esto comenzase, actuábamos de manera muy similar. ¿Quién no ha ido paseando por la calle y, al ver una muchedumbre agolpándose sobre algo, se ha unido a la turba para curiosear? Por eso digo que ese extraño sexto sentido es casi seguro un remanente de sus antiguas vidas. Suena estúpido, pero es la explicación más lógica que encuentro.

Tras nuestra frustrada incursión, los días han pasado lentos y angustiosos. El saber que tenemos tan cerca una horda todavía más numerosa, acechando, muriéndose por darnos caza y roer nuestros huesos, nos ha puesto los nervios a flor de piel. El que más ha sufrido esto ha sido Iván. Se ha pasado todos estos días andando de aquí para allá, murmurando, maldiciendo, asomándose al balcón en busca de una idea que nos sacara de esta improvisada cárcel. Intentar establecer dialogo con él ha sido prácticamente imposible. El mero hecho de ofrecerle su ración diaria de alimento era suficiente para crisparlo. En varias ocasiones casi se enzarza con Eduardo en una fuerte discusión de esas que nunca acaban bien. Todo este tiempo que he pasado junto a él me ha hecho conocerlo hasta tal punto que me resulta algo 'fácil' amainar su ira. Y menos mal que he sabido evitar las discusiones a tiempo, ya que si llega al punto álgido de su rabia, le importa tres pepinos que hayan cuantos quieran merodeadores tras la puerta, que se pone a vociferar y a dar golpes sin miramiento alguno. Antonio se las ha visto y deseado para esquivar a Iván. Desde que tuvo el breve enfrentamiento con él, en el que casi lo golpea, el estar en la misma habitación que él le ha producido un profundo pavor. A la mínima que lo veía por el pasillo o en el salón, se iba a toda prisa a otra estancia. La verdad es que me sabía mal verlo padecer de esa forma, ya que queráis que no y a pesar de todo, no hemos dejado de ser unos simples invitados, pero ahora, me es indiferente. Las cosas han cambiado mucho en apenas unos días.

Hoy ha salido un día esplendido. No sé porque, pero tenía la ligera esperanza de que llovería brindándonos una nueva oportunidad para intentar escapar. No ha sido así. He permanecido parte de la mañana en el balcón, acompañado de Belén. Juntos no hemos parado de darle vueltas al asunto en busca de la esperada solución a nuestro problema. Yo no conservaba esperanzas de que tras días y días de darle vueltas al asunto ahora se me fuese a ocurrir algo por obra divina. Ya habíamos barajado todas las opciones habidas y por haber. Susana, ayudada por Esther, estaban dividiendo las escasas raciones de víveres que quedaban. Quién iba a decir que esa efímera tranquilidad se iba a ver truncada. Días y días velando por que nadie del grupo hiciese el más ligero ruido que pudiese alertar a los merodeadores que permanecían en la escalera para que la niña lo truncase todo. No tengo derecho a culparla, es solo eso, una niña. En todo caso tengo que buscar responsables entre nosotros, que somos los que deberíamos de haber estado más pendientes de ella. Marta, ajena a la realidad, estaba jugando. No sé como, pero por lo visto ha cogido una de la sillas y la ha situado junto al mueble de salón. Se ha subido en esta para intentar coger un pequeño osito que colgaba de una figurilla y ha ocurrido lo peor. La figurilla de porcelana se ha precipitado al suelo, realizando un estrepitoso ruido a la vez que se partía en mil pedazos. Al escuchar esto no he podido evitar saltar de la silla. La sangre se me ha congelado en las venas y he girado la cabeza con la extraña sensación de que todo a mi alrededor transcurría a cámara lenta. Mis sienes retumbaban hasta tal punto que parecían que me iban a estallar. He podido ver a la niña encaramada a la silla devolviendome la mirada con su inocente rostro. Esther y Susana se tapaban la boca evitando así soltar un grito. Eduardo e Iván no han tardado en hacer aparición en el salón. Yo, sin perder tiempo, he entrado a toda prisa y me he quedado quieto, agudizando el oído. El silencio era sepulcral. ¿Era posible que semejante ruido no hubiese sido detectado por los merodeadores?. Iván ha hecho ademán de propinarle un azote a la niña, pero he sujetado su brazo con fuerza, evitándolo. Este me ha devuelto la mirada con la ira reflejada en sus ojos, pero no ha habido tiempo para más. Un fuerte golpe ha resonado en la puerta de la entrada. El corazón se me ha desbocado. Dos nuevos golpes le han seguido, dando paso a una lluvia de fuertes embistes sobre esta. Asustados, hemos corrido hasta llegar al recibidor. Estábamos perdidos. Esa puerta no iba a aguantar mucho tiempo, y aunque lo hiciese, estábamos en una ratonera. Sin comida apenas podíamos resistir mucho tiempo más encerrados. Antonio ha hecho acto de presencia y apenas ha podido articular una palabra. La puerta se tambaleaba por cada embiste recibido al tiempo que los desagradables gemidos de los ansiados merodeadores inundaban la casa. Marta ha proferido un grito y Esther se ha apresurado a taparle la boca, intentando tranquilizarla, inútilmente. Eduardo, Iván y yo nos hemos lanzado sobre los parapetos que obstaculizaban la puerta y hemos ejercido fuerza sobre estos. Aunque era algo inútil, ha sido lo único que se nos ha ocurrido. Belén, acompañada de Susana, se han dirigido a toda prisa en busca de las armas. "¿Alguna idea?" ha preguntado Eduardo nerviosamente. Ninguno hemos sabido contestarle. Si en tantos días no se nos ha ocurrido algo, bajo presión, menos. Los embistes eran cada vez más y más fuertes. Los muebles temblaban cada vez más violentamente. Mientras sujetaba el aparador, he dirigido una furtiva mirada a Iván. Sus descomunales músculos de los brazos se tensaban con fuerza a la vez que su rostro dibujaba una expresión meditabunda. No ha tardado en romper su silencio: "Eduardo, ¿crees que podrás seguir aguantado esto tu solo?". Desconcertado, le ha devuelto la mirada. "Eh... Sí. Pero si me ayuda Antonio sería mucho mejor". Este, plantado inmóvil tras nosotros, ha reaccionado, captando la indirecta. "Sigueme, Erik, ¡vamos!" ha exclamado Iván, soltando los muebles y dejando hueco a Antonio. Yo también he soltado y esto se ha hecho notar, ya que el mobiliario parapetado ha empezado a temblar con fuerza. He seguido a Iván bajo la atenta mirada de las chicas. Este ha buscado desesperadamente el hacha y cuando lo ha encontrado, se ha dirigido a Susana: "¿Cuantos edificios lindan con este?". La joven ha meditado la respuesta y ha contestado "Unos tres... creo". "Perfecto. Erik, coge cualquier herramienta como un martillo, destornillador... ¡Lo que sea!". He buscado desesperadamente hasta encontrar una pequeña maza. No he podido evitar preguntarle que planeaba, a lo que ha contestado "Algo que descarte por ruidoso y lo reservaba como medida desesperada". Tras finalizar la frase, ha abierto de una patada la puerta de nuestra habitación y ha retirado bruscamente una de las camas. Alzando con fuerza el hacha, lo ha dirigido con todas sus fuerzas contra la pared. Un gran trozo de yeso se ha descorchado de esta a la vez que ha repetido la misma acción. Ya entendía cual era su plan. Estaba abriendo una vía de escape a través de la pared. Aunque al principio me ha parecido algo descabellado y lento, he comprendido que era la única opción en ese momento. Como he podido, he comenzado ha propinar mazazos yo también, pero con cuidado de que no me cortase la mano u otra parte de mi cuerpo con el hacha. Apenas hemos tardado en desyesar parte de la pared y dejar los ladrillos al descubierto. Llegar hasta ese punto nos había supuesto un gran esfuerzo; tan solo bastaba con mirarnos. Estábamos empapados de sudor y ni siquiera habíamos empezado. De la frente de Iván manaba sudor a borbotones, como si de una fuente se tratase. Pero a pesar de ello, no cejamos en nuestro empeño. De nuestro éxito dependían las vidas de todo el grupo. Aunque los ladrillos se desquebrajan, era una tarea ardua y costosa, pero daba sus frutos. Un pequeño agujero ya dejaba al descubierto el otro lado de la pared. Eduardo ha dado un grito. Me visto obligado a dejar lo que estaba haciendo y he acudido a toda prisa a la llamada. No ha hecho falta que me dijese nada, he comprobado con mis propios ojos el porque ha gritado. La puerta ya estaba cediendo. Gran parte de esta estaba astillada y las bisagras a punto de saltar. Era cuestión de tiempo que la derribaran.

He vuelto a toda prisa con Iván al tiempo que Esther, Belén y Susana se sumaban a la contención de la puerta; no sin antes reforzar el parapeto con múltiples enseres que realmente poco o nada iban a hacer. Iván ya había abierto un agujero considerable en la pared, pero no lo suficiente ancho para caber uno de nosotros. Esto no se ha dado hasta el momento que he sumado fuerzas con mi mazo y hemos desquebrajado aun más la pared. El agujero ha sido lo suficientemente ancho como para pasar a duras penas. En cuanto lo hemos hecho, Iván con más dificultades que yo, nos hemos encontrado en la casa contigua. Esta olía intensamente a cerrado con un ligero matiz a moho. Una fina película de agua corrompida inundaba el suelo de la casa. Chapoteando, nos hemos dirigido a toda prisa por el salón en busca de una nueva pared que picar. Esta casa pertenecía al mismo edificio, así que era absurdo escapar por la puerta de esta. Habríamos estado en las mismas que antes. Sumergido en la penumbra de la casa y con sumo cuidado de no toparnos con algún viejo morador, hemos localizado la nueva pared a picar. Sin perder tiempo, nuestras herramientas han comenzado a abrir una nueva brecha en la pared. A causa de la humedad, el yeso se ha desprendido rápido y nos ha facilitado el trabajo. Mientras Iván picaba los ladrillos, he vuelto sobre mis pasos y he llamado a Belén. Le he pedido que cogiera todas las armas y demás enseres y los fuese trasladando por el agujero. Así lo ha hecho. Apenas ha terminado de hacerlo, cuando ha cundido la histeria. Un fuerte sonido de derrumbe se ha hecho eco cuando cogía la última mochila. Y es que los merodeadores han terminado deribando la puerta. He podido ver como Eduardo y todos los demás retrocedían hacía el salón totalmente alarmados. Debido al shock, no recuerdo bien que he hecho en ese momento, pero creo que he cogido a Belén de un zarpazo y la he arrastrado a través del agujero. A mi espalda Iván seguía picando la pared, en la cual ya había comenzado a abrir un pequeño agujero, aunque no lo suficientemente grande como para que pasáramos a través de este. Tras Belén, ha pasado Marta ayudada por Esther. En ese justo instante, a través del agujero, he podido ver como hacían aparición los primeros merodeadores arrastrándose sobre los parapetos. Eduardo los ha golpeado con una silla mientras Susana y Esther atravesaban el agujero. Eduardo, a trompicones, ha soltado la silla y huido de la cada vez más numerosa horda. Entre todos le hemos ayudado a pasar. Nos disponíamos a intentar taponar el agujero cuando nos hemos percatado de algo: faltaba Antonio. Este estaba al otro lado de la pared, siendo rodeado por gran cantidad de merodeadores. Lo hemos llamado y este no ha tardado en correr hacía el agujero. Agachándose, ha metido la cabeza y, entre nerviosos murmullos, ha intentado pasar el cuerpo. No sé como, quizá se ha enganchado la ropa o cinturón con algo, pero el caso es que no ha pasado ni más de la mitad del cuerpo. Ha sido horroroso verlo gimotear al tiempo que manoteaba violentamente. Entre todos lo hemos cogido y tirado de él con toda nuestras fuerzas, pero ha sido inútil, estaba bien clavado en algo. Antonio nos ha suplicado una y otra vez que lo sacáramos de allí, pero por más que lo hemos intentado, no hemos podido. Justo en ese momento, Susana nos ha gritado que nos quitásemos del medio. No me preguntéis porque, pero le hemos hecho caso. Tras decir "Padre..." y quedarse callada, ha cogido carrerilla y ha corrido hacía él, chillando "¡Vete al infierno!". Todos nos hemos quedado perplejos al tiempo que le propinaba un fuerte empujón, devolviéndolo por el agujero de nuevo a la casa. Antonio ha rodado por el suelo un par de metros y varios merodeadores que permanecían a su alrededor se han abalanzado sobre él. No podéis ni imaginar lo horrible que ha sido contemplar esa escena. Aun puedo ver a esos merodeadores; como el cadáver de una disecada anciana le mordía el vientre y... le sacaba los intestinos, mientras un mutilado adolescente le devoraba el cuello... y sus gritos desgarradores... no me los quito de la cabeza.
Mientras Eduardo corría un gran mueble y taponaba el agujero, le he gritado a Susana: "¡¿Estas loca?! ¡¿Qué has hecho?! ¡Era tu padre!" y me he preparado para propinarle una bofetada. No lo hecho, ya que sus palabras han frenado mi mano. Entre desesperados sollozos, ha dicho "¡¡Ese hijo de puta cobarde era mi padre y me violaba cada noche!! ¡¡Desde que yo tenía 7 años!! ¡¡Tú no sabes nada de lo que yo he sufrido, no puedes hablar!!". Me he quedado muerto al escuchar esas palabras. El silencio se ha apoderado de la sala, solo roto por los hachazos de Iván y los lloros de Marta. No he sabido que contestar, solo me he quedado quieto, viéndola llorar amargamente. Justo en ese instante, Iván ha gritado "¡Ya esta! ¡Vamonos cagando hostias!". Al girarme he descubierto que había abierto un gran agujero en la pared por el cual él ya estaba pasando. No era momento de seguir con el debate, debíamos marcharnos a toda prisa, ya que los merodeadores ya estaban golpeando el mueble que taponaba el agujero. Sin tiempo que perder, nos hemos dirigido hasta el agujero y comenzado a pasar uno a uno.

Hemos corrido por el nuevo salón que se extendía ante nosotros. La distribución de las paredes nos delataba que se trataba de una casa emplazada en la finca colindante. El sobresalto ha sido generalizado cuando el cadáver que permanecía tendido sobre un sofá, se ha levantado torpemente saliendo a nuestro encuentro. Iván ha sido el encargado de darle pasaporte con el astillado filo del hacha. Una luz de esperanza nos ha iluminado cuando Susana ha dicho "¡El portal de esta finca da a la calle paralela!". Aquello ha sido el empuje que necesitábamos, ya que saliendo por la calle paralela evitábamos ser vistos por la tremenda horda que se agolpaba en la finca en la que hemos estado recluidos. Hemos recorrido el iluminado pasillo hasta llegar a la puerta de la casa. Como era de esperar, estaba cerrada con llave. Pero no se trataba de una puerta robusta, sino todo lo contrario, endeble y frágil. No nos ha supuesto un gran esfuerzo desquebrajarla con el hacha como si fuese una hoja de papel de fumar. Los primeros merodeadores no han tardado en colarse por el agujero de la pared, pero para cuando lo han hecho nosotros ya estábamos bajando por las escaleras de la finca. Armas en mano, hemos llegado sin ningún contratiempo a la planta baja. Todos en fila india hemos cruzado la puerta del patio y salido al exterior. Algún que otro merodeador deambulaba por la calle, pero ni siquiera nos ha hecho falta malgastar una bala, ya que los hemos esquivado con suma facilidad. Discretamente nos hemos alejado del lugar hasta que el cansancio se ha apoderado de nosotros. No se cuantas calles y avenidas habremos atravesado, pero no han sido pocas. En nuestro camino se han cruzado alguna que otra horda considerable, pero no han supuesto un gran problema esquivarlos. Cuando la noche ha comenzado a echarsenos encima, hemos buscado el lugar más adecuado para pasar la noche. El sitio elegido ha sido un banco. La puerta estaba entreabierta, y los cristales blindados nos brindan una reconfortante seguridad. Eso sí, hemos sido precavidos para que ninguna de esas pútridas cosas nos vean entrar, ya que si por una de esas se percatan de cual es nuestro escondite, nos vamos a ver en la misma situación que nos hemos visto en casa de Antonio, con el agravante de que muy difícilmente vamos a agujerear la pared de un banco con un simple hacha. Por lo visto, este banco debió ser saqueado al poco de comenzar todo este 'fregao'. Imaginaros la cara de sorpresa que se nos ha quedado al ver todo el banco alfombrado con cientos y cientos de billetes de 500, 200 y 100 €uros. Por unos instantes he sentido deseos de comenzar a coger todos los billetes que pudiese cargar, pero no he tardado en acordarme que en esta nueva era, eso solo es papel sin valor. Pobres de aquellos incautos que malgastaron su tiempo en saquear el banco en vez de centrarse en huir lo más lejos posible. La visión de la cámara acorazada, en la cual ya estamos preparados para hacer noche, ha sido más sobrecogedora aun. Pilas y pilas de billetes se amontonan por toda la gran cámara. Al menos servirán para darnos algo de calor...

La serie de sucesos de hoy se suman al gran relato de nuestras desesperadas vidas, las cuales llevo tiempo narrando aquí. Sobre el asunto de Susana, que decir. Le he pedido disculpas a la joven y ella solo ha dicho "No me arrepiento de haberlo hecho. Me ha causado mucho daño. Se lo merecía...". En ningún momento me he imaginado que Antonio fuese de ese tipo de personas. Sabía que era un ser apático, cobardón y miedica, pero pederasta y violador, ni por asomo se me ha pasado por la cabeza. En realidad no se de que me asombro, si hoy en día nadie es quien aparenta ser. Aunque ahora que lo pienso detenidamente, habían cosas extrañas en su relación padre-hija. Sobretodo en esa última discusión que protagonizaron. Las palabras de Susana ahora las veo totalmente reveladoras.
Se que es duro decirlo, pero en cierto modo me alegro de lo que le ha ocurrido, pero también me compadezco por Susana, de que haya tenido que ser ella quién ha hecho tan terrible acto.

Nadie derramara una lágrima por alguien que osa abusar de una inocente niña o una adolescente. Nadie.

Ha tenido el final que se merece.


- Erik -


sábado, 8 de enero de 2011

+ 08-01-11 + Historias paralelas

Me he despertado con las primeras luces del alba. El aire fresco de la mañana se ha hecho notar mientras, desconcertado y desubicado, me he percatado de que he pasado la noche durmiendo en la terraza. Por lo visto, tras terminar de escribir la entrada anoche, apoyé la cabeza en la mesa de la terraza y me quedé 'out'. Nada más despertarme, me he levantado de la silla totalmente acartonado y me he desperezado. Mientras realizaba esto, mi atención se ha centrado en un par de gaviotas que, entre sonoros graznidos, planeaban surcando el viento. Ha sido maravilloso ver durante unos instantes la danza de esas dos aves. Una pena que los gemidos de los de ahí abajo hayan desviado mi atención de tan curioso espectáculo. Ha sido como si accionasen un interruptor en mi cabeza, permitiéndome así poder escuchar a los merodeadores que se agolpan alrededor del edificio, ya que unos segundos antes los gemidos estaban pasando desapercibidos para mis oídos. Será que ya estoy demasiado acostumbrado a escuchar los lamentos de estos seres... si se puede acostumbrar uno a esto.
Bien. Estaba observando el panorama cuando he notado que había alguien a mi espalda. Haciendo uso de ese sistema natural de defensa que hemos desarrollado en todo este tiempo, me he girado automáticamente echando mano a desenfundar la pistola. La voz de Eduardo ha resonado, diciendo "Tranquilo, tranquilo. Soy yo". He respirado aliviado. Eduardo me ha dado una palmadita en la espalda y se ha situado a mi lado, apoyándose en la barandilla. "Quién iba a decir que el destino nos iba a juntar de nuevo, ¿eh?". La verdad es que es curioso. Ha continuado diciendo "Según he podido deducir, las cosas no acabaron muy bien con los de la 'Iglesia', ¿no?". No me había percatado hasta ese preciso momento de que todavía no le habíamos contado todo lo ocurrido. Le he recomendado que tome asiento ya que la historia era larga. He comenzado desde el principio, desde el día que decidí partir en busca de Iván. No he escatimado en detalles. Teníais que haber visto la cara que se le ha quedado a Eduardo en cuanto he llegado a la parte de Miguel y de como llevó a toda su comunidad a una psicosis colectiva en la que intentaron sacrificarnos como animales. Y en cierto modo, parte de su cometido consiguieron, ya que María y Elena no han tenido tanta suerte como hemos tenido nosotros. Eduardo se ha puesto las manos en la cabeza y ha exclamado "Y pensar que al principio vi a Miguel como un puritano inofensivo...". Igual que todos. Yo creo que al principio todos tuvimos esa impresión, dejando a un lado la desconfianza habitual que le profesamos a los extraños. He continuado narrándole mis peripecias en solitario y mi estancia en el refugio de Eusebio, así como también mi descubrimiento de que Reus sigue siendo zona segura. Sus palabras "Sí, cierto. Reus nunca ha caído, te lo puedo asegurar". Me he quedado un poco sorprendido ante esta respuesta. Le he preguntado que como sabe esto. Su respuesta me ha dejado más helado aún "Porque he estado allí". ¿Qué? ¿como? Eso mismo le he dicho. Aquí es cuando a comenzado a contarme su historia:

"Lo que oyes. A ver, la historia es algo larga, igual o más que la tuya, pero ya que veo que no tenemos nada mejor que hacer, te cuento. No sé si te habrá dicho algo Belén, supongo que sí, pero tras tu partida de la iglesia de Miguel, ella cayó sumida en una depresión. Andaba de allá para acá, llorando por las esquinas, sin comer, sin apenas relacionarse con nosotros... Había días en los que ni siquiera salía de su habitación y teníamos que ir nosotros a intentar que comiera algo. Bueno, viendo su estado y que tan solo había una cosa que podía hacer por ella, decidí salir en tu busca. Era algo que había estado barajando y así lo hice. Llené una mochila con provisiones, busqué un vehículo y espada en mano, salí rumbo a buscarte. Durante un tiempo estuve siguiendo tu rastro, ya que déjame que te diga, eres un descuidado, Erik. Vas dejando pistas haya por donde pasas. Pero un día, no sé si es que te volviste más precavido o yo cometí un descuido, perdí tu rastro. Y fue entonces cuando me vi vagando sin rumbo. Pensé en más de una ocasión en desistir y volver sobre mis pasos, pero imagina el mazazo que habría supuesto para Belén el verme volver sin ti. Así que no había otra opción que seguir hacía delante. Me metí en algún que otro embrollo con los merodeadores, de los cuales en dos ocasiones no salgo con vida para contarlo. Un buen día me quedé sin combustible en el vehículo y tuve que seguir a pie. Dudé si en seguir por la autovía o tomar una vía secundaría que llevaba a un pueblo, el cual no me preguntes el nombre porque ya ni me acuerdo. Tomé la segunda opción. Te lo digo, habría sido mejor tomar la primera. Tardé una hora en llegar a dicho pueblo. Se trataba de un pequeño pueblecito rural, de esos con cuatro calles y un bar en la plaza. Me sorprendí, ya que no encontré ni tan solo un merodeador por la zona. Deambulé por este, bebí agua de una fuente que había en la plaza y me dispuse a entrar al bar. No hubo problema para esto, ya que la puerta estaba abierta. Ya bien por costumbre o bien por lógica, esperaba toparme algún merodeador aquí dentro, pero la realidad fue otra. Ni uno. Esta ausencia de engendros me estaba mosqueando. Rebusqué por todo el establecimiento a ver si había algo de víveres, pero estaba más que saqueado. Estaba apunto de desistir en la búsqueda, cuando al entrar en el almacén hice un hallazgo escalofriante. Entre unas cajas, atada y amordazada, se encontraba una joven de unos 25 años. Esta, al verme, se asustó y comenzó a intentar soltarse de las ataduras. La tranquilicé como pude y lo primero que hice fue quitarle la mordaza. La joven, que apenas la entendía porque no dejaba de tartamudear, comenzó a decirme que por favor la desatará, que no tardarían en venir. Yo al principió no entendí nada y comencé a hacerle preguntas. No debí hacer eso, lo acertado habría sido desatarla y salir de allí a toda prisa. Pero no me percaté de esto hasta que el ruido de unos vehículos resonaron en la puerta. Rápidamente me asomé por la puerta del almacén y a través de los cristales de la entrada vi como acababan de aparcar dos vehículos justo en la puerta. De esté bajaron unos cinco individuos. Iban armados y, créeme, a estas alturas solo me basta una mirada para saber quienes tienen buenas o malas intenciones. Y estos no tenían pinta de llevar buenas. Empuñando la espada, corrí a esconderme tras unas cajas mientras escuché como abrían la puerta del bar. Iban riéndose a carcajadas y hablando entre ellos. La joven, al escucharlos, se puso a llorar y a gritar desesperada. En ese momento no tenía ni idea de como salir airoso de esa. Estaba bien escondido y, si la chica no se chivaba, podría esperar oculto hasta que se volvieran a ir. Pero como ya te habrás dado cuenta, Erik, las cosas no siempre salen como uno quieren. Los cinco personajes entraron al almacén. Yo los podía ver por una rendija que había entre las cajas. Estos iban completamente beodos y comenzaron a decirle a la chica cosas como '¿Nos has echado de menos, zorra?' mientras reían. Uno de ellos comenzó a derramarle sobre la cabeza una botella de whisky mientras le gritaba '¡Bebe, mala puta!'. Te puedes hacer una idea de lo que me costó aguantar mi posición y no salir a rebanarles el pescuezo. La gota que colmo el vaso fue cuando uno de ellos le dijo 'Cogerla y sujetarla sobre la mesa, que esta quiere más' o algo así. La chica se puso a gritar '¡No! ¡No, por favor! ¡Ayúdame!' y entre dos la levantaron y la tumbaron sobre la mesa mientras otro le bajaba la ropa. El otro se bajó los pantalones e imagínate lo que se sacó. Pues aquí fue cuando tuve que saltar, porque como comprenderás, no me iba a quedar quieto a esperar a que la violaran. Salí de detrás de las cajas y me lancé sobre ellos. De un mandoble le corté el miembro al jodido violador. Mientras caía al suelo gritando, dirigí mi espada al segundo, que era uno de los que sujetaban a la chica. De un tajo le corté la yugular. No tuve tiempo para más, ya que uno de ellos, una verdadera bestia de dos metros, me dio un puñetazo que me dejo inconsciente. No sé cuanto tiempo debí estar sin conocimiento, solo sé que cuando desperté estaba atado de pies y manos. Tres de estos individuos estaban de pie frente a mi, el cuarto en un rincón, gritando de dolor y sujetándose lo poco que le quedaba de miembro y el quinto muerto en el suelo sobre un charco de sangre. No me cabía duda, de esta no escapaba, me iban a despellejar como a un cerdo. Uno de ellos se agachó y cogió algo del suelo. Acto seguido me lo lanzó con fuerza y esto me impacto en el pecho. Cuando cayó al suelo y rodó pude ver que se trataba de la cabeza cercenada de la chica. Comencé a gritarles y estos me contestaron con patadas e insultos. Mi intención era cabrearlos lo suficiente para que en un arrebato de ira me dieran un tiro y así evitar que me torturaran. Una solución muy drástica, ¿verdad? Total, me iban a matar, lo suyo es que lo hicieran de la forma más rápida e indolora. Pero no fue así y decidieron mantenerme con vida un tiempo con la finalidad de hacerme pagar lo que les había hecho a sus amigotes. Así que imagina, me convirtieron en su mascota con la única diferencia de que se entretenían conmigo torturándome. Mira...". Eduardo se ha levantado la camiseta y me ha enseñado el pecho y la espalda. Tiene el pecho y parte del abdomen plagado de múltiples cicatrices circulares y profundas y la espalda cruzada de cicatrices rectas. Ha continuado "...las heridas de delante me las hicieron con unas tenazas. Me arrancaron la carne hasta que se cansaron...". Me he quedado horrorizado cuando me ha dicho esto. "...las de la espalda, a latigazos con un cable de una aspiradora. Esto (me ha enseñado la mano toda magullada y ¡sin uñas!) me lo hicieron también con las tenazas. Me arrancaron las uñas una a una...". Debe de haberse percatado de lo mal que lo estaba pasando escuchando las torturas que le infringieron, porque no ha continuado con estas y ha cambiado de tema diciendo: "...bueno, que me voy por las ramas. Lo dicho, los desgraciados se lo estuvieron pasando bien a mi costa. No sé cuanto tiempo me tuvieron retenido, pero fue lo suficiente como para conocer su modo de vida. Todos los días realizaban incursiones de las cuales siempre volvían cargados de víveres, bienes saqueados, alcohol y drogas, y muy de vez en cuando, de algún pobre desgraciado o desgraciada. Con los primeros jugaban a un juego que solo podía nacer de una mente enferma como las suyas. Lo hacían correr por una explanada para ver quien era el primero en acertarle de un balazo. Si el rehén se trataba de una mujer, la retenían un tiempo usándola solo para desahogarse sexualmente. Cuando se cansaban, le cortaban el cuello y a por otra. Yo tuve la suerte de que cometieron el error de dejarme el suficiente tiempo con vida para ver como obtenían su merecido. Un buen día, tras una de sus expediciones, volvieron muy nerviosos. Apuntalaron la puerta, sacaron varias cajas de munición y se apostaron en las ventanas del comercio. Desde mi posición pude ver todo lo que ocurrió. Los tres, porque ya solo eran tres, ya que al que le corte sus partes murió desangrado el mismo día que me apresaron, comenzaron a abrir fuego hacia el exterior. En un primer momento pensé que se trataba de un ataque de una horda de merodeadores. Pero no era así, ya que un disparo atravesó un ventanal y le acertó en la cabeza a uno de esos perros. Aquello parecía una guerra, las balas entraban al bar rebotando por las paredes mientras que estos devolvían los disparos. Apenas transcurrieron 10 minutos de tiroteo cuando los tres ya yacían en el suelo sin vida. Atado en el almacén pude escuchar como se abrían las puertas del bar y varios individuos entraban. Cual fue mi sorpresa al ver que se trataba de militares. Estos me soltaron y tras un breve interrogatorio, me llevaron con ellos. Me sacaron al exterior y me montaron en uno de los jeep's. Intenté recuperar mi katana, pero no me lo permitieron. Ya en el vehículo, se pusieron en marcha. De camino, tuve oportunidad de dialogar con uno de los militares. A la pregunta de que a donde me llevaban, ¿sabes que me respondió? ¡A Reus! ¡Imagina la cara que se me quedó al escuchar esto, Erik! Me contó que llevaban un tiempo tras estos individuos, que les estaban siguiendo la pista desde que comenzaron a saquear zonas cercanas a Reus. Reus por aquí, Reus por allá... no podía creer que estaban escuchando mis oídos. Y mucho menos pude creer lo que estaban viendo mis ojos al llegar a dicha ciudad. Los tres jeep's que formaban el convoy se pusieron en fila frente a una gran puerta metálica, rodeada toda esta por una verja de varios metros de altura. Unos militares abrieron la puerta y pasaron los vehículos. Estos militares corrieron a abrir una segunda puerta. Realizaron este modus operandi al menos con dos puertas más, siendo la última de una especie de hangar. Al entrar a este, nos recibió un grupo de militares con trajes de protección bacteriológica los cuales se encargaron de mi. Me montaron en una camilla y me condujeron a una sala por la cual me hicieron pasar por una especie de ducha a presión. Me explicaron que se trataba de una ducha desinfectante con líquidos especiales. Tras esto, me llevaron por unos pasillos hasta llegar a una especie de hospital. Me internaron en una habitación, donde curaron mis heridas y me dejaron en observación. Parece ser que más que por mi estado de salud, esto lo hicieron para mantenerme vigilado por si acaso estaba infectado. Allí permanecí al menos durante dos semanas. Al poco recibí el alta y me obligaron a presentarme en unas oficinas del ejército, en donde llevan todo el tema de administración. Bien, tras un breve interrogatorio, en el cual tuve la oportunidad de explicarles que no tenía intención de quedarme mucho tiempo, me expidieron un permiso de residencia en Reus que me permitía estar allí durante una semana. De quedarme más tenía que renovarlo o pedir un permiso de residencia sin límite de fecha. Sí, como lo oyes. Allí las cosas funcionan prácticamente igual que como lo hacían antes. No te puedes ni imaginar como controlan todo. Y espera, que me queda por contarte lo mejor. Dentro del perímetro seguro, en donde se concentra toda la población, ¡cada persona tiene su oficio! No es nada raro ver a hombres y mujeres con maletines que van al trabajo, a personas tomando café en una terraza, a alguien leyendo un libro en un parque o a mujeres que vienen con bolsas de comida, las cuales reparten en el centro de alimentos. Se respira normalidad en todos los aspectos, es como viajar al pasado. Eso sí, los militares están presentes en cada rincón de la ciudad, en cada esquina. Y si te alejas del núcleo de la población, es fácil perderse por barriadas desiertas y deshabitadas, a pesar de que están dentro del perímetro de las vallas. Aun así, no hay peligro de toparse con merodeadores, ni dentro ni fuera de las casas. Todo ha sido concienzudamente limpiado. Y siguen trabajando en ello, ya que la ciudad esta en continua expansión. Un día antes de irme, se declaró zona segura el sector K. Según me puede enterar, en la limpieza y anexión de ese sector perdieron la vida cuatro militares...". Supongo que os haréis una idea de la cara que se me ha quedado al escuchar esta parte del relato. A pesar de escucharlo, me es imposible hacerme la idea de que haya un sitio en el mundo donde impere el orden. Le he pedido que me cuente más al respecto. Ha continuado: "Pues al parecer, la ciudad se rige por un comité de gobierno formado por algunos miembros del antiguo gobierno de España y de otros muchos de la oposición. Los peces gordos se marcharon del país al poco de comenzar esta hecatombe y los pocos políticos que quedaron en la península se establecieron en Reus, formando una variopinto grupo de gobierno que es el que gobierna en estos momentos. No sé nada más al respecto, ni siquiera te puedo decir nombres porque no tengo ni idea de quienes están al mando. Lo que si te puedo decir que el espíritu de la democracia se fue al garete en cuando comenzó todo esto y si bien se conservan bastantes cosas de este sistema, como ciertos estatutos y leyes, muchas de las cosas se hacen sin votación ni consentimiento del pueblo. Allí hay una ley, si te gusta bien, si no te gusta ya sabes donde esta la puerta. No sé, lo veo lógico en cierto modo. Hay que reconstruir la sociedad poco a poco, no se puede hacer de golpe...". De todas formas, impera el orden y eso es algo preciado en estos momentos. Tampoco me preocupa mucho esto. Algo que no entiendo es porque Eduardo ha abandonado la ciudad si ya había conseguido algo que ansiamos todos nosotros. Su respuesta, contundente y razonable: "¿Esa es la imagen que tienes de mi? ¿Un cabronazo ruin que deja atrás a sus amigos en cuanto se le presentan las cosas bien? ¿Que acaso tu lo habrías hecho en mi situación?". Por supuesto que no. Esa ha sido mi respuesta. "Pues ya esta. Después de todo lo que hemos pasado juntos no me iba a quedar tranquilo abandonando al grupo. El mismo día que caducó mi permiso, me hice con algo de comida, un arma, que fue este bate de béisbol y abandoné la ciudad. Los militares me abrieron las puertas y sin vehículo comencé a abrirme camino de vuelta a la iglesia. Ya no sabía por donde buscarte y solo me quedaba la esperanza de que hubieses vuelto tu solo a la iglesia, pues yo poco más podía hacer. A los días de partir me agencié un coche y con este me dispuse a cruzar Tarragona. Cometí el fallo de no calcular para cuanto me daba la gasolina y sucedió lo que te imaginas, que me quedé tirado en pleno centro y ya ves como esta esto de transitado, que te voy a contar. Así que no tuve más remedio de seguir a pie. Un día, justo pasaba por esta calle, cuando me vi enfrascado en una pequeña refriega con un grupo numeroso de merodeadores. Por aquel entonces no habían tantos por la zona como los hay ahora. Si hay tantos es en parte por mi culpa. Me estaban rodeando, ya que con el bate no es lo mismo que con mi antigua espada, entonces apareció Antonio. Éste, desde dentro del portal, me gritó que pasara. Si no hubiese hecho esto, quizás no estaría vivo en estos momentos. Desde entonces, han ido llegando más y más merodeadores a las puertas de la finca, todos atraídos por los merodeadores que me vieron entrar y han permanecido día y noche golpeando las puertas. La suerte que hemos tenido hasta que habéis llegado vosotros es que las puertas de ahí abajo eran de un cristal doble y muy robusto, por eso no han podido entrar hasta la fecha...". Le he preguntado que me cuente cosas sobre Antonio. Eduardo se ha quedado en silencio unos segundos, cavilando, y ha contestado: "Pues es un tipo normal. Bastante cobarde, eso sí. ¿Por qué crees que me tendió ayuda? Porque vio en mi el pasaporte de salir de estas cuatro paredes. Se ve que pensó que alguien que habría sobrevivido tanto tiempo ahí fuera podría sacarlo a él y a su hija de esta cárcel de pladur. ¿Por qué crees que contactó con vosotros? Cosa que hizo sin saber yo, ya que si me llego a enterar, ya me habría encargado de haceros saber la verdadera situación de la zona. Pues bien, os hizo venir con intención de que los saquéis de aquí. Por eso os oculto como estaba la situación aquí. Es algo interesado, pero no lo culpo, ya que tiene que mirar por el bien de su hija. Sí lo culpo es por su forma de actuar. En eso sí. Pero bueno, que vamos a hacer. Tenemos que convivir y salir de aquí todos juntos. Mientras no perjudique a los demás todo ira bien...".

De repente, una serie de gritos han resonado en la casa. Era la voz de Susana, la hija de Antonio. Entonces, Eduardo me ha dicho "Esa es otra. Padre e hija se pelean a todas horas". Bien que se hayan entretenido todo este tiempo discutiendo y vociferando con los merodeadores en la calle, pero no ahora con estos distribuidos por toda la escalera de la finca. Llamar la atención de estos iba a presuponer tener a toda la horda echando la puerta abajo. Me he levantado y en cuatro zancadas me he presentado en la habitación de Antonio y su hija. Esta estaba de pie junto a la puerta, señalando y gritándole al padre, que estaba sentado en la cama: "¡Se acabó! ¡Te lo he dicho millones de veces, padre! ¡Basta! ¡¡Basta ya de la misma vieja canción!! ¡¡Ya me he cansado!! ¡¡Ya no soy la niña que era antes!!". Me ha salido del alma decirles "¿Pero en que coño estáis pensando, joder? Tenemos a media Tarragona en la escalera y os atrevéis a armar este escándalo. ¿Estáis locos? Hacer el favor de ser más cuidadosos y guardar vuestros problemas para cuando salgamos de aquí". Ambos se han quedado atónitos mirándome. Tras esto, me he dirigido a la puerta de la casa y por la mirilla de esta he observado el panorama. Los tragaluces de la finca iluminaban el rellano entero y he podido ver con claridad la situación. El rellano estaba repleto de merodeadores. He contado al menos unos 11 diseminados por toda la estancia más los que subían y bajaban la escalera. Por suerte, ninguno se ha percatado de los gritos y no nos han ubicado. Un verdadero alivio. Pero algo me ha sobresaltado y me ha hecho apartarme de la puerta como si me hubiesen propinado un empujón, y es que el merodeador más cercano a la puerta, el cual estaba de espaldas, se ha girado de golpe y ha clavado sus ojos sin vida en el visor de la puerta. ¿Como podía ser? ¡Si no he hecho ni el más leve ruido! Temeroso, me he acercado a la puerta y acercando la cabeza he vuelto a mirar. He respirado aliviado. Dicho merodeador volvía a estar de espaldas a la puerta. Debe haber sido casualidad que se haya girado... o quizá no. No sé, la cuestión es que siguen sin saber donde nos escondemos y eso nos da tiempo para idear un plan de escape.

Al poco se han levantado todos. Belén y Marta han sido los primeros acompañados de Esther. La niña, ajena a la situación y en su mundo infantil, se ha puesto a jugar con unas muñecas que le ha regalado Susana. Esta última no le ha dirigido la palabra a su padre en todo el día. Antonio, por el contrario, ha intentado acercarse a ella hablándole con normalidad. Me da la sensación que nos quiere vender una imagen de normalidad con su hija. Pero los desprecios de Susana muestran la realidad, que es que se llevan fatal. Iván ha permanecido todo el día en silencio, andando de aquí para allá, pensativo. En cuanto he tenido oportunidad, me he acercado a él y le he dicho "Nos comportamos como verdaderos idiotas en el furgón, ¿no crees?". Su respuesta "Sin rencores, Erik. No pierdas el tiempo dándole vueltas a lo que pasó o no pasó. Céntrate en encontrar como salir de aquí". Cierto. A mi pregunta de "¿Se te ocurre algo?" ha respondido "Ocurrirse se me ocurren muchas cosas, pero ninguna rápida y sin hacer el suficiente ruido para que se enteren los podridos de que estamos aquí. He ahí el problema, que en cuanto hagamos el más mínimo jaleo esos perros van a tirar la puerta abajo". En ese mismo instante, un relámpago ha iluminado toda la casa seguido de un estrepitoso trueno. No hemos tardado en salir a la terraza. Por lo visto, en cuestión de minutos se ha formado una tormenta sobre nuestras cabezas. El cielo estaba negro y era cuestión de tiempo que comenzase a llover. Iván me ha dicho "¿Sabes lo que significa eso? Nuestro pasaporte". Se nos estaba presentando una oportunidad de oro. Antonio ha salido a la terraza a toda prisa y ha comenzado a descolgar por la terraza unos cubos. Los ha ido dejando uno a uno suspendidos en el vació con la intención de recoger el mayor número de litros de agua. Iván me ha mirado y me ha dicho "Déjalo que recoja agua, la va a necesitar. Nosotros vamos a salir de aquí hoy mismo. Vamos a preparar las armas, las vamos a necesitar". Al entrar de nuevo en la casa, hemos dado a conocer nuestra intención a todos. Eduardo ya se había percatado de esto. Hemos sacado todas las armas y hemos comenzado a rellenar cargadores. También hemos hecho recuento de munición. Nada más terminar con esto, hemos dejado los petates preparados y hemos salido a la terraza a esperar la señal que nos iba a permitir comenzar la operación. Sentados en la terraza, he comentado "En el momento comencé a llover, los de ahí abajo se van a quedar como estatuas, pero los que están por toda la finca no les va a afectar la lluvia. Sois conscientes de esto, ¿verdad?". Iván ha replicado "Si no lo fuéramos no habríamos preparado las armas. Esta claro que no va a ser un camino de rosas como te gustaría, pero es la única oportunidad que nos queda". Odio tener que darle la razón en este aspecto. No nos podemos permitir el lujo de quedarnos sentados a esperar una segunda oportunidad que quizá no llegue nunca. Además, esto es algo que hemos hecho innumerables veces. Ayer mismo, por ejemplo.

Apenas han pasado unos 10 minutos de esta conversación cuando han comenzado a caer las primeras gotas de lluvia. Eduardo ha asomado la mano y ha dicho "Va a ser una tormenta muy fuerte. La lluvia va a ser torrencial". Tras sus palabras, un rayo ha surcado el cielo y como si le hubiesen escuchado ahí arriba, ha comenzado a caer una cortina de agua que apenas dejaba ver más allá de cinco metros. Nos hemos mirado y entrado a la casa a toda prisa. En cuanto lo hemos hecho, he informado a todos de que salíamos ya. Mientras, Eduardo le ha pedido el hacha a Iván, el cual se la ha dado sin poner peros. Antonio, al escuchar mis palabras de que nos íbamos, ha dicho "¿Qué? ¿Como? ¿Nos vamos ahora? Si esta toda la finca llena de esas cosas". Susana, en tono agresivo, le ha replicado "Pues quédate si es lo que quieres, padre. Yo me pienso marchar con ellos. Tú haz lo que quieras". Antonio se ha quedado callado durante unos segundos y luego se ha levantado a coger algunos enseres. Eduardo ha continuado "El plan es el siguiente. Como ya sabéis, esas cosas, con la lluvia se quedan fuera de cobertura. O sea, que la parte más difícil la tenemos hecha, que es abrirnos paso entre los miles que se agolpan ahí afuera. Pero para llegar hasta ahí tenemos que abrirnos paso por la escalera. Y esto no va a ser fácil, ya que estos no estarán afectados por la lluvia. Sabemos que hay un gran número campando a sus anchas por la finca y en cuanto abramos la puerta van a venir a por nosotros. Así que tenemos que actuar rápido. Iván, Erik y yo vamos a ir en primera linea y vamos a ser la avanzadilla. Antonio y Susana, vosotros os vais a situar en el centro. Solo tenéis que encargaros de la niña y bajo ningún concepto separaros de nosotros. Esther y Belén, cubrir la retaguardia y los que nos vengan por los laterales. ¿Os ha quedado claro?". Tras las palabras de Eduardo, nos hemos situado frente a la puerta de la casa y tras quitar el mueble que parapetaba la puerta, Eduardo ha contado hasta tres y ha abierto de golpe. Todos los merodeadores allí presentes se han girado rápidamente al escuchar la puerta y Eduardo ha 'saludado' al más cercano con su hacha. Le ha partido la cabeza en dos como si se tratase de un melón. Ha seguido dirigiendo mandobles mientras Iván y yo hemos sido los siguientes en salir. Hemos abierto fuego automático sobre todos los merodeadores que inundaban el rellano. Nos ha costado casi un cargador barrerlos a todos. Por precaución, hemos cambiado el cargador a pesar de que aun conservaba algo de munición. Tras salir todos y andando sobre los cadáveres allí esparramados, hemos dirigido nuestro rumbo escaleras abajo. Antonio ha cerrado la puerta de la casa y se nos ha unido de nuevo. He girado la cabeza para ver la situación de mis compañeros. En el centro estaba Susana agarrando con fuerza a Marta. Mientras, Belén y Esther mantenían a raya a los merodeadores que bajaban las escaleras procedentes del piso superior. Nosotros tres nos hemos centrado en los situados en las escaleras que bajaban al piso de abajo. Esta estaba repleta de andantes, pero los hemos eliminado prácticamente sin esfuerzo. Al llegar al rellano de abajo, nos hemos tenido que enfrentar a un nuevo reducto de merodeadores. A nuestra espalda, Belén y Esther seguían con su tarea y abrían ráfagas con los merodeadores que hacían aparición. Así hemos continuado, rellano por rellano, escalera por escalera. Íbamos ya por el tercer piso cuando Eduardo se ha asomado por el hueco de la escalera. Tras esto, se ha vuelto hacía mi y ha dicho "El rellano de la entrada esta repleto de ellos. Y todos están subiendo. Voy a tomar una medida drástica...". Ha echado mano a el bolsillo de su chaqueta y ha sacado algo. Me lo ha enseñado y ha dicho "...la estaba reservando para una situación como esta". Era una granada. Le ha quitado la anilla y la ha dejado caer por el hueco de la escalera. Hemos podido escuchar como esta ha aterrizado en el suelo y, prácticamente al momento, ha estallado. La explosión ha retumbado con fuerza, haciendo temblar el suelo y las paredes. Uno de los cristales del tragaluz se ha hecho añicos. Una pequeña nube de humo y polvo ha ascendido hasta nuestra posición. Nosotros hemos continuado descendiendo y sin cesar en la lucha. A duras penas hemos llegado a la planta baja y hemos visto el panorama. En donde ha caído la granada había un tremendo circulo negro y todas las baldosas de mármol que enlosaban la pared estaban en el suelo hechas añicos. El perímetro de la explosión estaba lleno de miembros, torsos y masas de carne sanguinolentas. A pesar de que la detonación había despejado parte de la sala, esta es muy grande y aún quedaban demasiados en pie. Eduardo ha gritado "¡Eliminemos solo a los que se pongan en nuestro camino, los que no presupongan un peligro, dejemoslos que nos sigan hasta el exterior!". Así lo hemos hecho. Hemos eliminado a los que se nos acercaban y hemos ignorado a los más alejados. Al llegar a la puerta de entrada hemos comprobado que seguía lloviendo con fuerza. A pesar de que los merodeadores estaban como habíamos previsto, 'desconectados', la visión era terrorífica. Una muchedumbre de miles y miles se extendía frente a nosotros. Eduardo e Iván han sido quienes han dado el primer paso. Entre hachazos y empujones han comenzado a abrir camino. Yo he hecho lo mismo haciendo uso de la culata de mi arma. A pesar de esto, los golpeados no respondían a estos estímulos. Todo estaba saliendo según lo previsto. Mientras tanto, la lluvia ya nos había empapado de arriba abajo. Parecía que acabábamos de salir de una piscina. He vuelto mi mirada y he comprobado que todo estaba correctamente a mi espalda. Susana seguía llevando a Marta, la cual se estaba tapando los ojos. Tras ellas, Antonio. Su cara era un poema, una mezcla de horror y pánico. Las chicas seguían en la retaguardia. Todo correcto. Quién nos iba a decir que la cosa iba a cambiar para mal de forma drástica. No sé cuantos metros habíamos transitado, pero estábamos lo suficiente alejados de la finca. Tras nosotros habíamos dejado labrado una senda entre toda la multitud. La cosa se ha puesto fea en el momento que la lluvia se ha transformado de torrencial a simple lluvia, y de lluvia a llovizna. Ha sido así, de repente, como si hubiesen disminuido la potencia cerrando un grifo. Eduardo se ha parado en seco y todos lo hemos imitado. Tras quedarse unos segundos dirigiendo la mirada al cielo, se ha girado y ha gritado "¡Esta escampando! ¡Tenemos que volver! ¡Vamos!". Se me ha encogido el corazón al escuchar esto. Iván ha replicado "¡Y una mierda! ¡Sigamos! ¡Nos da tiempo! ¡No podemos volver ahora!". Eduardo le ha gritado "¡Iván, continua tú si quieres! ¡Yo me vuelvo! ¡Quién esté conmigo que me siga, el que se quiera suicidar que continúe!". Unos gritos a mi espalda me han sobresaltado. Al girarme, he descubierto que quienes gritaban eran Susana y Marta. La mano de un merodeador estaba aprisionando el brazo de Marta. Eduardo, de un rápido movimiento, ha cercenado el brazo del merodeador con su hacha. Los merodeadores comenzaban a activarse de nuevo mientras la llovizna comenzaba a cesar. Trasladándome a la primera línea, que antes era la retaguardia, he gritado "¡¡Rápido!! ¡¡No tenemos tiempo que perder!!" y he comenzado a correr. A mi paso notaba como manos y brazos se interponían en mi camino. Era cuestión de tiempo que los merodeadores estuvieran al 100% de su actividad. Y así ha sido. Apenas a unos metros de la finca, el camino se ha cerrado y me he visto obligado a lanzarme en placaje contra los que cerraban el paso. Eduardo, a mi lado, ha ordenado "¡¡En circulo!! ¡¡Manteneros en circulo!! ¡¡Los desarmados al centro y los demás no cedáis terreno!! ¡¡Solo quedan unos metros!!". Abrirse paso entre la multitud se estaba volviendo cada vez más y más difícil. Yo ya estaba esperando el fatídico y desgarrador dolor de una dentellada. El simple pensamiento de esta posibilidad me horrorizaba. Casi preferiría morir ahí mismo que ser infectado y pasar mis últimas horas de vida esperando a transformarme. Pero a Dios gracias, la cosa no fue así. Entre culatazos, disparos y hachazos, hemos hecho brecha entre la multitud de cadáveres andantes que gemían e intentaban agarrarnos, hasta conseguir llegar a las puertas de la finca. Una vez más, la suerte ha estado de nuestro lado.

Al entrar en esta, hemos contemplado que el patio estaba prácticamente lleno de nuevo de merodeadores procedentes de los pisos superiores. Y ha esto hay que sumarle el embiste por retaguardia de los que estaban entrando desde el exterior. No podíamos perder tiempo. Si habíamos salido airosos de la anterior situación, de esta teníamos más posibilidades. Sin tiempo que perder, nos hemos lanzado al ataque contra los que teníamos delante. Poco a poco nos hemos abierto paso escaleras arriba. Habían merodeadores, pero nada que ver con la cantidad que había nada más salir de la casa. Esto estaba siendo un paseo. Lo malo es que el edificio se estaba llenando de nuevo. Cuando hemos llegado al noveno piso, le he dicho a Antonio que abriese la puerta. Mientras él buscaba las llaves en los bolsillos, nosotros hemos permanecido despachando a los andantes que subían o bajaban al rellano. Se me ha caído el alma a los pies cuando Antonio ha dicho que no encontraba las llaves y no sabía si las había cogido antes de salir. Su hija ha comenzado a increparle y a llamarle inútil. He visto como Iván se estaba poniendo de los nervios y temía que golpease a Antonio. Este, tras buscar en sus bolsillos, ha vaciado su mochila en el suelo y ha empezado a apartar trastos. La hija seguía diciéndole de todo y él ha replicado "¡¡Basta ya, Susana!! ¡¡Hago lo que puedo!!". Yo he intervenido diciendo "¡Pues lo que puedes no es suficiente! ¡¿Las tienes o no las tienes?!". Su respuesta "¡Sí! ¡Por fin! ¡Aquí están!". He podido ver como de entre los enseres de su mochila ha sacado las llaves y he podido respirar tranquilo. No ha tardado en abrir la puerta y al hacerlo, nos hemos asegurado de que no había ningún merodeador que nos viese entrar. Acto seguido, hemos entrado de estampida. Nervioso, he preguntado si alguien ha sido mordido. La respuesta, un unánime "No". Menos mal. Hemos parapetado la puerta y nos hemos sentado a descansar en el salón. Segundo día de emociones fuertes. Y nuevamente aquí enclaustrados.

Nuestra única oportunidad de escapar hasta el momento, y me da que no vamos a tener una mejor, se nos ha ido por el retrete. Ya no sé que podemos hacer. Quizá podemos esperar a una nueva tormenta que sea más duradera, pero a saber cuando cae una nueva. De todas formas, hoy hemos comprobado que dicho plan es arriesgado, ya que estamos a merced del tiempo. No quiero ni pensar que habría ocurrido si la lluvia hubiese tardado un poco más en escampar y nos hubiese pillado dicha situación lo suficientemente lejos como para poder volver. Nos habrían devorado a todos.
Apenas tenemos tiempo, los víveres ya están prácticamente acabados. Se nos comienza a plantear una dura situación: O morir devorados intentando escapar o morir lentamente de inanición en esta casa.

Sinceramente, no sé que es peor...


- Erik -

viernes, 7 de enero de 2011

+ 07-01-11 + Desbordados y encerrados

Esta mañana, recién nos hemos levantado, nos hemos puesto manos a la obra. Lo primero que hemos hecho ha sido contactar por walkie con Antonio. Este, al escuchar la llamada, se ha puesto extremadamente contento a la vez de nervioso. Iván lo ha puesto al corriente y le ha dado instrucciones de lo que debe de hacer. Ante la respuesta de que no cuenta con ningún arma de fuego, le ha pedido que permanezca en la ventana atento a nuestra llegada, que cuando vea que hemos despejado la entrada, coja a su hija y baje a toda prisa sin detenerse un segundo. Tras estas instrucciones, hemos cortado la comunicación y salido de la trastienda del comercio directos a la puerta. Una vez hemos llegado a esta y tras comprobar por los cristales de que todo estaba "despejado", hemos abierto la puerta y salido de uno en uno. Agazapados y tras los vehículos, como ya viene siendo habitual, ha comenzado nuestra nueva andadura. Sorteando coches y merodeadores, de los cuales alguno se ha percatado de nuestra presencia, hemos ido buscando un vehículo adecuado que reuniese los requisitos que buscábamos. El más parecido, una gran furgoneta de ocho plazas. El problema, estaba volcada de lateral sobre el asfalto. Imposible ponerla de pie. Iván ha planteado el problema que me rondaba la cabeza desde hacía un rato "Lo jodido no va a ser encontrar el vehículo, sino transitar con él entre todo este desastre. Imposible. Y no podemos permitirnos el lujo de vernos atascados con el trasto, ya que en el momento lo arranquemos, seremos el centro de atención de toda esta basura andante...". Cuanta razón. Pero como si el de allá arriba nos hubiese escuchado, tras andar unos cuantos metros, hemos comenzado a ver nuestro camino más espaciado, mucho más despejado. Ojo, no del todo, pero por cada paso nuestro, poco a poco íbamos saliendo de ese puñetero embotellamiento. Uno de los motivos, a parte de que ya estábamos muy alejados de la autovía, hacía donde se supone que la gente se dio de tortas por llegar, ha sido que la avenida se ha ensanchado ligeramente. Ahora sí que sí podíamos movernos con libertad con un vehículo. La contra, ahora si que no nos podíamos ocultar tan fácilmente. Eramos blanco fácil para los merodeadores. Ante la imposibilidad de ocultarnos con facilidad ha surgido el plan b, correr a paso ligero. Sin necesidad de esprintar pero sin ir andando, hemos comenzado a movernos. Como siempre, Iván se ha situado en la cabeza del grupo y yo a la retaguardia. Belén y Esther, esta última cargando en brazos con Marta, en el centro. A nuestro paso y evitando abrir fuego a menos que fuese necesario, nos hemos dedicado a esquivar ágilmente a todo merodeador que se nos ha intentado tirar encima. Yo no se si esto tendrá que ver, pero que estos cabrones hayan estado tan sumamente rápidos en sus movimientos me hace pensar que llevan bastante tiempo sin pegar bocado. Ya os digo que esto solo son tribulaciones mías que no puedo afirmar. El mantenernos alejados todo este tiempo de ellos para sobrevivir, si bien sirve para mantenernos con vida no sirve para un profundo estudio sobre su mentalidad y costumbres. Mientras corría y esquivaba, no he podido evitar pensar en si habría alguien viéndonos, desde su casa, correr por la ancha avenida. Si alguien lo ha hecho, no se si nos ha envidiado o nos ha compadecido, lo que si que se que debe de haber sido una imagen de lo más ridícula. Cuatro individuos haciendo footing en pleno apocalipsis y esquivando a muertos andantes que les intentan dar caza a su paso. No sé si es para echarse a reír o a llorar.

El sudor me empapaba la frente y el fresco viento mañanero me estaba calando los huesos, cuando Belén ha dado la señal que andábamos esperando. "¡Allí, junto al semáforo!" y todos hemos girado la cabeza automáticamente. Aquello a lo que se ha referido Belén ha resultado ser un bendito furgón blindado, uno de esos que eran usados por empresas de seguridad para recaudar el dinero de los bancos. No hemos tardado en correr como posesos hacía el vehículo. He tenido un leve incidente con un merodeador, y es que este, salido de unos matorrales de un parque y vistiendo un uniforme militar, se me ha abalanzado. Menos mal que he sido lo bastante rápido como para propinarle un codazo en el pecho evitando así que me acercara sus fauces a mi cuerpo. Este ha caído derribado y restandole importancia a la preocupación de mis compañeros, hemos seguido corriendo. Lo primero que he hecho nada más llegar al furgón ha sido apoyarme y jadear fatigado. Joder, casi tiro el corazón por la boca... Mientras Belén comprobaba si la puerta del conductor estaba abierta, que si lo estaba, Iván ha comenzado a forzar los portones traseros. Sin abrir estos iba a ser imposible ir todos en el furgón. Justo cuando Iván ha podido abrir las puertas, Belén ha salido pitando de la cabina gritando "¡No¡ ¡No abráis las...!". No ha hecho falta que terminase la frase para comprender que quería decir, ya que como cuando se abre un armario y te caen todas las cajas de dentro encima, Iván ha abierto las puertas y se le han venido encima tres merodeadores ataviados con uniforme de seguridad. Al intentar esquivar a estos reculando ha terminado tropezando y ha caído de espaldas en el suelo. Esther, con la niña en brazos, se ha quedado pálida mientras que Marta se le ha abrazado al cuello gritando. La situación requería una rápida actuación o Iván iba a ser mordido, así que he hecho lo más efectivo pero menos apropiado. En ese momento no estaba empuñando mi fusil, el cual colgaba de mi hombro por la correa, e intentar hacer uso de él iba a ser perder unos segundos decisivos, por lo cual, he tirado mano a la pistola que la tenía guardada en el pantalón. De un rápido movimiento, he desenfundado y descerrajado tres disparos sobre los merodeadores. Los tres disparos han acertado en la cabeza de estos, cayendo desplomados al instante para suerte de Iván, que ya tenía encima de él a uno. He ayudado a Iván a incorporarse mientras le preguntaba si le han mordido. Este, cabreado no, cabreadísimo, me ha empujando apartándome la mano y ha dicho "¡Joder, Erik! ¡Tus putos disparos ya habrán alertado a todos los jodidos podridos! ¡No me hacía falta ayuda, lo tenía todo controlado!". La próxima vez le va a salvar la vida su madre por jodido arrogante. De un salto se ha puesto en pie y ha corrido al asiento del conductor. Por lo visto, las llaves del vehículo estaban puestas y tras unos intentos de arrancar girando el contacto, el furgón se ha puesto en marcha. He ayudado a subir a la parte trasera a las chicas y tras dar un beso a Belén, que me ha dicho que tenga cuidado ahí delante, he cerrado las puertas y he corrido a ocupar mi puesto en el asiento del copiloto. No hemos tardado en ponernos en movimiento de un brusco acelerón.

Con Iván al volante, algo más tranquilo tras el pequeño incidente, me he puesto a buscar por toda la cabina cualquier cosa que nos sirviera de utilidad. No he encontrado nada, ni siquiera en la guantera. Al menos, en mi breve inspección he descubierto un pequeño ventanuco que comunicaba con la parte trasera. Me he asomado por este y he visto a las chicas sentadas en unos asientos soldados a las paredes del furgón. Marta me ha mirado y sonriéndome, me ha saludado con la mano. Yo le he devuelto la sonrisa y me he vuelto a sentar en mi asiento. Iván estaba muy concentrado en la carretera y manteniendo la velocidad sin bajar de los 80 km/h. Aunque no es una velocidad muy elevada, esta sí se notaba por cada volantazo que daba Iván para esquivar a los vehículos. Lo que no se ha esmerado en esquivar ha sido a los merodeadores. Es más, yo creo que se ha afanado en llevarse por delante a todos los que le ha sido posible. Estos, cuales insectos que se revientan contra el parabrisas de un vehículo, se han ido estampando, tintando de rojo los cristales, hasta tal punto que Iván ha tenido que accionar el limpiaparabrisas para quitar los manchurrones de sangre y los tropezones. No me he molestado en decirle nada como hice ayer, ya que este vehículo es blindado y muy difícilmente va a romper los cristales con los impactos. Lo he dejado divertirse con su juego de perturbados. Con el transcurso de los minutos me ido percatando de algo, y es que la actividad de merodeadores era cada vez más alta. Si antes, cada cinco segundos Iván atropellaba a un merodeador, ahora era cada uno o dos segundos. Me he comenzado a alarmar. Empezaban a ser muchos y por todas partes. Iván ha tenido que aminorar algo la velocidad. Allá donde mirara habían merodeadores. Mujeres, hombres, niños, militares... todos con aspecto cadavérico y abalanzándose sobre el furgón. Los golpes que propinaban al vehículo sonaban como si sobre el coche estuviese cayendo una lluvia de piedras. Belén, desde atrás, no paraba de preguntar si todo estaba bien. Yo, para no alarmarla, le he dicho que sí. Pero de nada ha servido, ya que por lo visto Esther se ha asomado por una de las ventanas de las puertas traseras y ha descubierto el panorama, ya que ha gritado un sonoro "¡Dios mio!". Pero la cosa estaba por complicarse más. Al final, nos hemos visto envueltos en el medio de una inmensa muchedumbre de merodeadores que zarandeaban el furgón a nuestro paso. Los teníamos por todas partes, ¡por todos los lados! Era como una antigua y popular manifestación. La velocidad del vehículo ya era de 20 km/h, ya que ni siquiera se podía ver el asfalto por donde transitábamos. Algunos merodeadores ya habían comenzado a trepar por la parte delantera del vehículo e Iván los quitaba de encima frenando en seco. En esos momentos, si nos llegamos a quedar sin gasolina, el furgón habría sido nuestra tumba, ya que no habríamos podido salir aunque quisiéramos. Para abrirnos paso con las armas habríamos necesitados toneladas de munición, ya que sin exagerar, ¡habían miles! Es una de las peores situaciones en las que me he visto envuelto, y como ya sabéis, no han sido pocas. Iván estaba maldiciendo a todo lo habido y por haber, mientras que conducía abriéndose paso sobre los merodeadores. El furgón avanzaba sobre estos, pasando sus ruedas sobre ellos y produciendo un crujido espantoso al triturar los huesos de los andantes. De repente, el walkie ha sonado. Era Antonio, diciendo "¡Os veo! ¡Estáis casi debajo de nosotros! Es la finca que tenéis justo enfrente a la derecha". Rápidamente la he buscado con la mirada. No he tardado en divisar un gran edificio con grandes letras injertadas en el ladrillo, en las que ponía 'Gran Torre del Sol'. Me disponía a responder a Antonio cuando Iván me ha quitado el aparato de las manos y ha comenzado a gritar "¡¡Grandisimo hijo de puta!! ¡¡¿Donde nos has metido?!! ¡¡Te ha salido bien el callarte el número de merodeadores, ¿verdad?!! ¡¡Ojala te pudras ahí solo como la rata mentirosa que eres, bastardo!!". Me he quedado alucinado ante el ataque de ira de Iván. No he sabido como actuar. La voz de Antonio ha tardado en volver a pronunciarse para hacerlo de forma cautelosa: "Lo siento si no he sido más especifico, pero quiero que comprendas que si no llego a hacerlo de esta forma... nunca habríais accedido a ayudarnos". Iván me ha mirado con los ojos desorbitados y me ha dicho "Encima tiene la gran cara de reconocerlo. Será..." y ha pulsado el botón del walkie diciendo "¡¡Maldito perro...!!". No ha terminado la frase. Le he arrancado el aparato de las manos gritándole un "¡Basta! ¡Céntrate en conducir, joder!". Iván, sorprendido por mi actuación, me ha gritado "¡¿Pero ahora tú de que coño vas?! ¡Devuélveme el walkie!". Mientras le he respondido un sonoro NO me he percatado de lo violentos que se estaban volviendo los zarandeos al furgón. A este paso nos iban a hacer volcar. Iván ha repetido de nuevo "¡Erik, no me toques los cojones! ¡No te lo voy a repetir más veces! ¡Devuélveme el jodido walkie!". Mi respuesta, la misma, un sonoro NO acompañado de un CÉNTRATE EN CONDUCIR. Este ha sido el detonante de la debacle. Iván ha soltado una mano del volante y la ha dirigido sobre mi en forma de zarpazo. Agarrándome de la chaqueta me ha arrastrado e intentado quitar el walkie. De un golpe he intentado repeler su brazo, pero Iván ha perdido más aun los estribos y al ver que le he salido respondón, me ha propinado un fuerte derechazo en la mandíbula. Desde la parte trasera podía escuchar a Belén gritar "¡Chicos, basta ya! ¡Parar! ¡Nos están desbordando los merodeadores! ¡Centraros, por favor!". Pero se me ha nublado la mente hasta tal punto que solo me he centrado en devolverle el golpe a Iván. Y vaya si lo he hecho. Le he dado un buen puñetazo en el pómulo que le ha hecho temblar la cabeza. Aquí la cosa ha terminado de irse de madre, ya que este ha soltado el volante y lleno de ira ha comenzado a propinarme golpes. Apenas he recibido el primero cuando he empezado a devolvérselos mientras me cubría la cara con el antebrazo izquierdo. Tras esto y para bloquear sus golpes, me he lanzado sobre él agarrándole por el cuello. Los gritos de desesperación e impotencia de Belén y Esther eran ensordecedores mientras yo golpeaba una y otra vez, contra el cristal de la ventanilla, la cabeza de Iván. Este, con su brazo derecho me intentaba separar de él mientras que con el izquierdo me golpeaba. La cuestión es que entre tanto dar y recibir y cegado por la pelea, Iván ha apretado más de la cuenta el pedal del acelerador y sin nadie dirigiendo el volante, el furgón se ha puesto a gran velocidad sin rumbo fijo. Los golpes de los merodeadores contra el morro del vehículo y el parabrisas eran constantes, mientras el furgón circulaba a toda velocidad dando botes sobre el asfalto. Solo cuando he visto que el velocímetro marcaba 90 km/h he entrado en razón y me he apartado de Iván. Este ha tardado un poco más en percatarse y cuando ha intentado ponerse al volante ha sido demasiado tarde. El furgón ya estaba despedido y volando por los aires.

Solo nosotros somos tan estúpidos de enzarzarnos en una pelea en pleno corazón de una muchedumbre de miles de merodeadores. Tan culpable Iván por comenzar la pelea como yo por continuarla. Hemos sido unos inconscientes arriesgando la vida de todos por semejante estupidez. La cuestión es que, como iba diciendo, cuando Iván ha intentado hacerse con el volante para controlar la situación, el furgón ya iba por los aires. ¿Por qué? Ni idea. Supongo que a esa velocidad y entre tanto merodeador, hemos debido chafar algún montículo o saliente del asfalto que nos ha hecho salir despedidos. El aterrizaje ha sido brutal y el furgón ha dado varias vueltas de campana para terminar derrapando a gran velocidad. Mientras todo esto ocurría, Iván y yo parecía que estábamos dentro de una lavadora. Mientras el coche derrapaba de lateral, yo he podido ver a través del agrietado parabrisas como iban cayendo todos los merodeadores que se encontraban en la trayectoria del vehículo. Al final, hemos colisionado contra algo y el furgón se ha parado en seco. Dolorido, me he incorporado dificultosamente y me he dirigido al ventanuco que comunica con la parte trasera. Al asomarme me he tranquilizado, ya que he visto a Belén incorporarse y a Esther poner en pie a Marta. Luego me he dirigido hacía Iván. Este, hecho un ovillo bajo el volante y con una brecha en la frente, se ha levantado como ha podido. Rápidamente ha buscado su escopeta. Yo he hecho lo mismo con mi arma. Mientras buscaba el fusil, he descubierto todo mi brazo y parte de la mano en carne viva y con algo de sangre. Desde atrás, Belén ha gritado "¿Como pensáis salir de aquí?". Cuando me disponía a responder me he percatado de la gravedad de la situación. Un tumulto de merodeadores rodeaba el furgón. Estos golpeaban y empujaban la carrocería y los cristales. Iván se ha pronunciado, diciendo "¿Como pensamos salir? ¡Por la puerta!". Levantando el brazo, ha tirado de la manivela de la puerta y la ha empujado, abriendo esta de par en par. Después de esto y con la mochila cargada a su espalda, ha trepado por los asientos y ha sacado medio cuerpo fuera. Acto seguido y mientras terminaba de salir, ha comenzado a disparar la escopeta. Era una locura, pero que otra opción nos quedaba. He cargado la mochila a mi espalda y he imitado a Iván. Trepando por los asientos, he sacado medio cuerpo fuera y la visión ha sido horrenda. Los merodeadores se extendían desde nuestra posición hasta donde se perdía la vista. Y todos se concentraban hacía un punto: nuestra posición. Era imposible salir de ahí. O al menos, imposible sin un golpe de suerte. Irguiéndome sobre la carrocería de la volcada furgona, he empuñado mi fusil y he comenzado a abrir fuego sobre todos los merodeadores que intentaban trepar. Las detonaciones de la escopeta de Iván solo cesaban cuando este recargaba nuevos cartuchos en la recámara. Era inútil disparar y disparar, jamás podríamos acabar con todos los merodeadores. Iván me ha gritado "¡Dile a las chicas que abran la puerta y vayan subiendo mientras nosotros las cubrimos!". Le he contestado "¿Subir? ¿Para qué? ¡Si no tenemos escapatoria! ¡Para eso merece la pena que continúen seguras en el interior!". Él ha replicado "¡Pues dime tú que hacemos entonces!". Mientras le propinaba una patada en la cabeza a un merodeador que estaba trepando, he comenzado a buscar desesperadamente la forma de salir de ahí. Ha sido entonces cuando me he dado cuenta de que apenas a unos seis metros de nosotros, estaban las puertas del edificio de Antonio. Pero, ¿como íbamos a llegar hasta allí con tantos y tantos merodeadores rodeándonos? Jugandonos el todo por el todo. Me he dirigido a Belén, diciéndole "¡Cuando dé un golpe a la carrocería, abrir las puertas y disparar sin cesar! ¡Cuando hayáis vaciado los cargadores, recargar y mientras bajaremos nosotros manteniendo el fuego! ¡Después, seguirnos!". Ella me ha respondido un fuerte "¡Entendido!". Tras esto, me he dirigido a Iván y le he explicado el plan. Este se ha puesto ansioso por llevarlo a cabo. Cuando hemos cambiado los cargadores y ya preparados, he dado un fuerte golpe sobre la carrocería del furgón y las puertas traseras de este han comenzado a chirriar para terminar abriéndose de par en par. Todos los merodeadores allí apelotonados han comenzado a intentar entrar, pero una lluvia de disparos procedente del interior ha comenzado a barrerlos y desmembrarlos. Nosotros no hemos apoyado el fuego para conservar intactos los cargadores y así mantenerlos llenos hasta la hora de entrar nosotros en acción. No ha pasado mucho tiempo hasta que Belén y Esther han vaciado sus cargadores. La brecha que han abierto ha sido considerable y más que suficiente para bajar sin peligro. Pero no podíamos tardar mucho, ya que el hueco se estaba tapando con nuevos merodeadores. Sin pensar, hemos dado un salto y aterrizado sobre una alfombra de cadáveres. Acto seguido, nuestras armas han comenzado a escupir plomo. A nuestra espalda, las chicas han recargado y comenzado a apoyar el fuego. Poco a poco, nos hemos ido abriendo paso. Los merodeadores se nos intentaban aproximar desde todos los ángulos, pero los hemos ido rechazando a plomazo limpio. Cuando Iván ha agotado los cartuchos cargados, ha colgado el arma en su hombro y ha sacado el hacha. Con esta en una mano y la pistola en la otra, ha comenzado a arremeter contra la horda. Lentamente y con el ritmo de dispara, carga y vuelve a disparar, hemos abierto pasillo hasta las puertas del edificio. Menos mal, ¡ya que solo me quedaba un cargador lleno! Iván, de un fuerte golpe con el hacha, ha roto el cristal de una de las puertas. Este se ha hecho añicos y de un salto nos hemos metido en el interior.

El patio era bastante grande y dividido en dos sectores: escalera izquierda y escalera derecha. He comenzado a buscar en la mochila el walkie, que momentos antes de salir del furgón había guardado aquí. Apenas lo he encontrado cuando de nuevo nos ha tocado salir corriendo. Un gran número de merodeadores ya estaba dentro y otros muchos estaban entrando ya. Sin poder contactar con Antonio para preguntarle que escalera debíamos tomar para llegar a su casa, hemos salido a toda prisa y tomado el camino más cercano, el izquierdo. Hemos comenzado a subir por las escaleras y nos hemos detenido al llegar al quinto piso. El motivo, Esther y la niña no estaban con nosotros. Belén se ha puesto a llamarla a voces, pero ella no ha contestado. He intentado volver a bajar, pero Iván me ha detenido, diciendo "No seas ignorante. No vas a conseguir nada bajando. Si se han quedado abajo, ya estarán muertas. Es inútil". Belén se ha puesto a llorar y yo no he tenido tiempo ni para lamentarme. He sacado el walkie y he dicho "Antonio, rápido, tenemos problemas. Necesitamos saber cual es tu piso y puerta". La respuesta no se ha hecho esperar: "¡Dios bendito! Os había dado por muertos. Noveno piso, puerta 36, escalera derecha. ¿Por qué?". Al escuchar 'escalera derecha' se me ha caído el mundo encima. Vuelta otra vez para abajo. Y esta vez con el agravante de todo el patio infestado de merodeadores. Estos ya habían subido hasta el segundo piso. Hemos tenido que tirar de arma nuevamente. Sin cargadores disponibles, me he visto obligado a utilizar la pistola. La horda se aglomeraba por las escaleras y esto me ha recordado a aquel fatídico día en el hospital Clínico de Valencia. Hemos podido hacer recular a la horda hasta el primer piso y una vez aquí, nos hemos descolgado por el hueco de las escaleras. A pesar de que la altura era considerable, hemos aterrizado sin problemas. No ha habido tregua, ya que el número de merodeadores aquí no era inferior, sino todo lo contrario. Solo poniendo toda la carne en el asador y haciendo de tripas corazón, nos hemos abierto camino. Yo ya ni siquiera disparaba mi arma, sino que cogiéndola del cañón la he utilizado como si de un garrote se tratara. A golpe limpio y sin perder de vista a Belén, hemos conseguido llegar a la escalera derecha. Corriendo, hemos ido subiendo los peldaños de tres en tres. Por esta escalera también habían subido bastantes merodeadores, aunque muchos menos. Golpeando y lanzando por el hueco de la escalera a todo merodeador, nos hemos ido deshaciendo de todos los que se interponían en nuestro camino. Justo cuando hemos llegado al tercer piso, he levantado la culata de mi arma y cuando me disponía a asestar un nuevo golpe contra otro merodeador, este no ha resultado ser tal y me he quedado petrificado. Estaba sorprendido ante lo que estaban viendo mis ojos. No podía ser cierto. Tenía que ser un espejismo. Me he llevado las manos a la cara y, frotándome los ojos, he vuelto a mirar. No era una visión producto de mi mente. Esto se ha confirmado cuando la persona que tenía delante ha exclamado "¡Lo sabía! ¡Sois vosotros! ¡Lo he sabido en cuanto te he escuchado por el walkie!". Era Eduardo. Sí, habéis leído bien. El mismísimo Eduardo, mi fiel amigo y por el cual me he preocupado tanto. En su mano portaba un bate de béisbol completamente ensangrentado. No he podido evitar darle un fuerte abrazo el cual me ha correspondido y le he dicho "Me alegro de volver a verte, amigo". Su respuesta "Y yo también a vosotros, compañeros. Ya habrá tiempo de hablar, ahora debemos subir antes de que nos alcancen los merodeadores. Arriba esta Esther y la niña que le acompaña. ¡Vamos!". Segunda buena noticia. Esther y la niña están sanas y salvas. A fin de cuentas, ha valido la pena tanto sufrimiento.

Nada más llegar al noveno piso, Eduardo ha abierto la puerta y hemos entrado rápidamente a la casa. Después, ha echado el cerrojo y parapetado la puerta con un mueble. Hemos seguido a Eduardo por un largo y ancho pasillo hasta llegar al salón. Cuando hemos llegado a este, un comedor tremendamente espacioso e iluminado por la luz que entra a través de las grandes ventanas, he visto a Esther y Marta sentadas en un sofá. De pie, junto a estas, estaba un hombre de mediana edad, rechoncho y con bigote, que ha resultado ser Antonio. Junto a Antonio, una joven de unos 17 años, de larga melena rubia que he supuesto que sería la hija de este. Antonio, al vernos, se ha acercado a nosotros y justo cuando ha comenzado a decir "Me alegro de que estéis bien...", Iván le ha propinado un fuerte empujón, gritándole "¡Nos has enviado directos al matadero, cabrón!". Antonio ha caído derribado sobre el sofá. Eduardo y yo nos hemos metido por medio mientras separábamos a Iván, que intentaba encararse con Antonio. Este se ha levantado torpemente y más blanco que la pared. Casi tartamudeando ha dicho "Yo... yo... lo siento, de verás. No era mi intención...". Eduardo ha tranquilizado a Iván a duras penas, pero lo ha conseguido. Tras este incidente, me he sentado en el sofá y me he puesto a rellenar los cargadores que he vaciado en el trascurso del día. Marta se ha sentado a mi lado y me ha ido ayudando, pasándome balas sueltas. He escuchado como Esther le contaba a Belén lo siguiente: "Me he temido lo peor, Belén. Por momentos lo he visto todo perdido. Cuando me he dado cuenta estabais subiendo por la escalera izquierda y la niña, asustada, ha salido corriendo por la escalera contraria. La he tenido que perseguir y cuando me he hecho con ella, ya era demasiado tarde para bajar y seguiros. Estaban por todas partes. Creía que íbamos a morir hasta que ha aparecido Eduardo...". Le he preguntado a Antonio si tenían electricidad y agua corriente. La respuesta ha sido negativa, como me temía. Me ha llevado a la cocina y me ha mostrado varias garrafas que han llenado con agua de las escasas lluvias. Luego me ha mostrado los pocos víveres con los que cuentan: una pata de jamón prácticamente acabada. Me ha dicho "Con esto hemos estado subsistiendo este último mes. Apenas queda ya, así que veremos como nos la ideamos para alimentar cinco bocas más. No contaba con este desenlace, así que veremos como lo hacemos...". Cierto que con la carne que queda en la pata poco vamos a hacer. Lo que esta claro es que tenemos que idear un plan para salir de aquí lo antes posible. Despues y junto a Eduardo e Iván, he salido a la terraza. La visión de la ciudad desde esta altura ha sido más que aterradora. La devastación se extiende por todos los rincones y la ancha avenida esta completamente infestada de merodeadores, todos ellos dirigiéndose y agolpándose ante las puertas del edificio. Saben que dentro hay 'comida'. Viendo todo desde esta panorámica no sé como hemos sido capaces de meternos hasta aquí con el furgón, por muy blindado que fuese. Es una locura. Y doy la razón a Iván en su opinión de que Antonio ha sido un insensato al ocultarnos con su silencio la gravedad del asunto. Sea como fuere, ya estamos aquí y tenemos que dar gracias de que no hemos tenido que lamentar ninguna baja. Ahora solo debemos centrarnos en escapar de este piso. Desde la terraza, he barajado la posibilidad de trepar a pisos superiores. He calculado la distancia entre pisos, pero Eduardo me ha dicho "Ni te molestes. Cuando el patio era seguro, subí hasta el último piso... y nada. No hay terraza por la que se pueda huir a fincas colindantes. No quiero desalentarte, pero creo que en todo el tiempo que llevo en esta casa, he barajado y probado todas las opciones posibles". No ha querido desalentarme, pero lo ha conseguido. De todas formas, alguna forma de salir de aquí tiene que haber, alguna que haya pasado por alto Eduardo.

He pasado el resto del día quebrandome la cabeza buscando una forma. Mientras, Eduardo e Iván han estado conversando y la hija de Antonio, Susana se llama, junto a Esther, han estado jugando con Marta. Yo he hecho varios viajes a la puerta de la casa para mirar por la mirilla de esta. Muy a mi pesar, he podido comprobar que el rellano y, supongo, todo el edificio, esta infestado de andantes. Por lo menos todavía no saben a que puerta deben golpear, por ello, le he dicho a los demás que hablen lo más bajo posible y que no hagan ruido. También he cerrado la puerta del salón para aislar nuestras voces.
Hace tan solo unas horas que ha caído la noche. A pesar que estamos en el noveno piso, se hacen insoportables los gemidos de la horda de ahí abajo. También se oyen a los que están en la escalera. Antonio me ha dicho que ellos ya están acostumbrados a esto. Este nos ha conducido a una de las habitaciones en la que hay dos camas. La casa consta de tres habitaciones. La grande la utiliza Antonio con su hija, la segunda Eduardo y ahora Iván, y la tercera es para mi, Belén, Esther y la niña.

No creo que hoy pueda pegar ojo. Lo he intentado y como no he podido conciliar el sueño (y eso que estoy cansado), me he levantado y me encuentro en la terraza, sentado y escribiendo esta entrada. Hace frío y la horda de aquí abajo me pone de los nervios, pero aparte de que no quiero despertar a Belén y compañía con la luz del pc y el sonido de las teclas, he decidido salir para que me de el aire. No sé, puede sonar estúpido, pero quiero sentirme lo menos encerrado posible. Es como si sintiera claustrofobia ante la situación que nos encontramos. También parece ser que no soy él único que no puede dormir, ya que antes, cuando he salido de la habitación y he pasado junto a la de Antonio y su hija, he podido ver que por la junta de la puerta escapa un hilo de luz de una vela.

Bueno, creo que voy a cerrar la entrada por hoy. Ha sido un día duro y quiero ahorrar la energía de las baterías del portátil. No sé cuanto tiempo vamos a estar aquí y sin poder recargar estas. Mañana tengo muchas cosas de las que hablar con Eduardo y, porque no, con Antonio. Y también quebrarme la cabeza buscando la forma de salir de aquí.


- Erik -


jueves, 6 de enero de 2011

+ 06-01-11 + Tarragona: Ciudad abierta

Ha sido sorprendente. Después de tanto tiempo esperando, sufriendo penalidades por llegar a Reus, de hundirnos tras conocer la falsa noticia de que la ciudad había caído y la esperanzadora de que seguía intacta, hemos sido testigos de algo que nos ha dado la última inyección de moral, la cual necesitábamos en esta recta final hacía nuestro destino. Anoche, acampados en plena autovía que lleva a Tarragona y a escasos kilómetros de esta ciudad, en la lejanía la cual ya no nos es tan lejana, hemos sido testigos de la casi olvidada contaminación lumínica que prácticamente habíamos borrado de nuestras mentes. Como un eco del pasado y en profundo contraste con la apagada y muerta ciudad de Tarragona, imponente, con sus potentes luces alumbrando un horizonte oscuro, allí estaba Reus. ¿Os podéis creer que, cual hombres de las cavernas que hacen un viaje al futuro, nos hemos quedado embobados y maravillados durante minutos ante la fastuosa y radiante ciudad? Ha sido como si de un sueño se tratase. Todavía no me puedo creer que ya estamos a tan solo unos días de poner pie en tan ansiada ciudad. Hipnotizados por la ciudad, hemos comenzado a hablar y plantearnos preguntas de como sera todo allí, de si la vida continuara tal y como la conocíamos. Cuantas veces hemos hablado de esto y siempre parece que tratamos el tema por primera vez. Tan solo Iván, diciendo "Sí, no os preocupéis. Estará todo tan podrido y repugnante como lo conocíamos" nos ha amargado tan maravilloso momento. Después, he rebuscado en el maletero del vehículo y he sacado unos prismáticos que llevo siempre guardado entre mis pertenencias. Con estos, he oteado la ciudad, y aunque estos prismáticos no cuentan con muchos aumentos, he podido divisar las farolas, los edificios y unos potentes focos de luz que parecen ubicados a las afueras de la ciudad, por todo el perímetro de esta. La siguiente en hacer uso de estos ha sido Belén, la cual ha quedado más fascinada aun y me ha dado un abrazo sumida en una efusiva alegría. Después de ella, los binoculares han ido pasando de mano en mano y hasta Marta, la nena, ha mirado por ellos mientras Esther le decía "Ahí nos dirigimos, cariño. Ese será nuestro hogar, donde viviremos y podrás hacer nuevos amiguitos". La nena, con una mueca de alegría y sorpresa a la vez, ha contestado "¿Habrán más niños allí que han podido escapar de los monstruos?". Ha sido enternecedor ver de nuevo a la niña alegre y contenta, cargada de esperanzas, después de todo por lo que ha sufrido. No me cabe duda de que con el tiempo y esta nueva vida, logrará volver a ser feliz y retomar su infancia donde la dejo. Tras esta situación y una vez nos hemos cansado de deleitarnos con la visión de la ciudad, nos hemos metido al vehículo con la intención de descansar. A mi, personalmente, me ha costado dormirme. Sentado en el asiento del copiloto no he podido quitar ojo de ese punto lumínico que era Reus. Si bien esa ciudad significa para nosotros la esperanza, Tarragona, que se erguía frente a nosotros, silenciosa y oscura, me ha producido escalofríos y temor con solo pensar que al día siguiente teníamos que adentrarnos y cruzar toda la ciudad para poder llegar a nuestro destino. Y no estaba equivocado en mis temores.

Esta mañana, con las primeras luces del alba, me he despertado ante los insistentes zarandeos de Iván. Este, con su mano, que más que mano es una zarpa, me estaba dando empujones insistentes en el hombro mientras decía entre risas "Erik, despierta, no te pierdas esto". Yo, aturdido todavía por el sueño, le he contestado un "¿Que sucede?" y he abierto los ojos con dificultad. Iván, que se reía a pierna suelta, repetía una y otra vez "Que ridículo, mira, mira..." y ha sido cuando el sopor que me invadía se ha esfumado de golpe. Frente al vehículo, a unos cinco metros de nosotros, se encontraba plantado un merodeador. Este, un varón adulto y que no estaba en avanzado estado de descomposición, estaba allí parado, vestido con un estúpido pijama de osos, rasgado y cubierto de sangre seca, dando bocados al aire e intentando coger algo con las manos. Lo he observado detenidamente, extrañado por este comportamiento que nunca había visto hacer a un merodeador. Os juro que la mueca que tenía dibujada en la cara era totalmente ridícula, al igual que su aspecto y movimientos. Y no he comprendido que estaba haciendo hasta que Iván me lo ha dicho entre carcajadas y casi sin poder hablar: "Está cazando moscas". No me lo podía creer. He fijado la vista y casi estallo a reír yo también. Alrededor de su cabeza había un gran número de estos insectos revoloteando, mientras el merodeador intentaba cazarlos a mordiscos y con las manos. Iván, encanado a reír, ha comenzado a dar golpes en el volante. Belén y Esther se han despertado preguntando que pasa y cuando me disponía a explicárselo, casi se me para el corazón en seco al escuchar el claxon del coche. Por lo visto, en unos de esos golpes que Iván estaba dando al volante mientras reía, ha presionado el claxon. Automáticamente he dirigido la mirada hacía el merodeador. Este había dejado de cazar moscas y tenía su mirada carente de vida fija en nosotros. No ha tardado en levantar los brazos y dirigir su paso lento hacía nosotros. Iván, que ya había dejado de reír, ha arrancado el coche a toda prisa y de un brusco acelerón, ha puesto en movimiento el vehículo. En un primer momento he pensado que la maniobra que ha hecho era para esquivar al andante, pero no, me equivocaba. Ha buscado impactarle con el angulo derecho del coche para así evitar poner en peligro el parabrisas con un atropello frontal. Tras el impacto, el cual ha hecho que el coche se tambaleé violentamente, he podido ver por el retrovisor como el merodeador ha caído desplomado con una de las piernas destrozada. Marta, que dormía hasta el momento del impacto, se ha despertado asustada y llorando. Mientras las chicas la tranquilizaban, he retado a Iván por su acción y nos hemos visto enzarzados en una pequeña refriega. Habría aprobado su acción en un momento dado, en una situación de peligro, pero como han transcurrido las cosas, era evitable. La niña se ha dado un tremendo susto, por no hablar de que con ese golpe podía haber dañado el vehículo de mil formas. Podía haber evitado esa situación tan solo con haberse limitado a esquivarlo, pero no, él ha tenido que dejar su rubrica de esquizofrénico. Pero que más puedo esperar, si estamos hablando de Iván, que tiene sus cosas buenas y sus actos de trastornado...

Tras conducir durante 20 minutos aproximadamente, hemos llegado a las mismísimas puertas de Tarragona. En contraste con la vía que conduce a la ciudad, desértico y sin un coche, esta la vía de salida, con una impresionante caravana de vehículos abandonados. Parece ser que en el último momento, la gente intento marcharse de la ciudad desesperadamente. No me quiero ni imaginar que clase de infierno se desató aquí. La visión de los coches abandonados me ha recordado a cuando estábamos en mi urbanización y desde el ático pude ver como la autovía de salida de Valencia se encontraba en similares condiciones. Parece ser que en todas las ciudades ocurrió lo mismo, la gente, en un último y desesperado intento trato de huir en busca de un lugar seguro. Lo que no sabían es que fueran donde fueran, iban a encontrar el mismo caos. Circulando por este tramo de la vía no he podido de dejar de revivir en mi mente lo que debieron ver y padecer toda esa gente que intentaba huir. Me los he podido imaginar ahí, desesperados y confusos, tocando el claxon de los vehículos esperando salir de ese atasco mientras que la ciudad era un hervidero de muerte. Los coches repletos con los enseres más esenciales y de los cuales sus dueños no habían querido dejar atrás. Las madres en el interior de los vehículos consolando a sus hijos que lloraban asustados mientras que el padre gritaba e insultaba a los conductores de delante por no avanzar... mientras que por detrás y provenientes de la ciudad, una lenta pero segura horda de muertos avanzaba con paso firme sacando a los conductores y sus familias de los coches para devorarlos... Espero estar equivocado y que eso nunca haya ocurrido, que esa gente abandonara los coches y huyera campo a través. De todas formas, no creo que llegaran muy lejos si pudieron huir a pie...

Nada más entrar a la ciudad y dejar atrás el cartel de "¡Bienvenidos a Tarragona!" nos hemos percatado realmente del estado de la ciudad. "Tarragona es un infierno" fueron las palabras de Eusebio. Y esas mismas han sido las que han retumbado una y otra vez en mi cerebro esta mañana mientras observábamos el panorama que se extendía ante nuestros ojos. Creo que no hay palabras para describir toda aquella desolación. Lo primero que me ha llamado la atención ha sido una finca situada a la derecha de la avenida. La fachada de esta, a partir del cuarto piso hacía arriba, estaba completamente negra por lo que debió ser un antiguo incendio que calcino el edificio. La finca de al lado estaba en similares condiciones. Mientras observaba otros edificios me he percatado de que, colgando de las ventanas de al menos seis casas, habían sábanas roídas y desvencijadas con grandes letras que pedían ayuda. "S.O.S NECESITAMOS AYUDA", "AUXILIO, NO NOS QUEDAN VÍVERES" y "AYUDA, ENCERRADO EN MI HABITACIÓN. MI FAMILIA ESTA INFECTADA, NO PUEDO SALIR" eran algunos de los textos que estaban escritos. Mucho me temo que sus autores no han conseguido mucho con sus peticiones de ayuda. Lejos de las casas, en la carretera mismo, hemos comprobado el caos que se debió vivir en los últimos días de la ciudad. Si la autovía era un vertedero de vehículos, no podéis ni imaginaros como estaba este punto. Coches volcados, otros abandonados, colisiones múltiples, otros simplemente estampados contra arboles o escaparates... Y como no, cadáveres por todos los lados. Bajo los coches, en medio de la carretera, a los pies de los edificios... Esto es algo que me ha extrañado bastante, ya que si se supone que todos los seres humanos, al morir de la forma que sea, nos reanimamos, ¿que narices hacen todos esos cadáveres esqueléticos por ahí desperdigados? Supongo que la respuesta será que se trata de merodeadores abatidos por el ejercito o por otros grupos de sobrevivientes (he visto numerosos casquillos de bala tirados por el suelo), así como de atropellados el día que se desencadeno el caos y algún que otro pobre desdichado desesperado que se suicido arrojándose desde la terraza de su casa. Sea como fuere, no importa mucho a estas alturas, solo era una simple curiosidad. Lo que si ha importado e importa son el otro tipo de cadáveres, los que se mueven. Y si de los primeros había un gran número, de estos hay el doble. Vagando por todos los lados, entre los coches, por las aceras, por en medio de la carretera... por todos los lados. Y todos con un denominador común: su ansiedad al vernos. A nuestro paso, todos los merodeadores que se han percatado de nuestra presencia en el vehículo, han dirigido su rumbo hacia nosotros. Al principio, esto ha sido sostenible, ya que eran merodeadores aislados los que se han interesado por nosotros y circulando a poca velocidad los hemos podido dejar atrás, pero solo con el transcurso de los minutos y cuando uno salido de la nada se ha abalanzado sobre nuestro parabrisas, nos hemos percatado de la gravedad de la situación. Tras nuestro vehículo y como si siguieran una estela invisible dejada por este, decenas y decenas de merodeadores nos perseguían a paso lento pero seguro. Esto nos ha metido el nerviosismo en el cuerpo e Iván ha aligerado el paso. La desesperación no nos ha asaltado hasta que nuestro avance ha sido detenido por un amasijo de coches colisionados entre si y una gigantesca palmera derribada sobre el asfalto. Iván ha intentado corregir el rumbo dando marcha atrás en busca de una vía alternativa. Ha intentado meterse por una calle, pero nada más asomarnos por esta hemos visto que era intransitable. El motivo, el derrumbamiento de la fachada de una finca, que había llenado la calle de escombros, sepultando todo a su paso. A toda velocidad ha salido de esta y ha buscado otra calle, pero entre los coches abandonados, los derrumbes y el mobiliario destrozado nos ha sido imposible. Parados en plena avenida y extendiéndose ante nosotros esa gran cantidad de merodeadores, Iván ha dicho: "Dos opciones tenemos. Irnos por donde hemos venido o continuar a pie. Tú decides, Erik". Esther ha protestado ante estas palabras, diciendo que no es justo que esta decisión la tome yo solo. Yo apenas he prestado atención a su protesta, ya que en ese momento habían cosas más importantes que enzarzarnos en una absurda discusión con tantos merodeadores dirigiendo su rumbo hacía nosotros. He contestado lo siguiente: "Continuamos a pie". La segunda réplica de Esther no ha tardado en aparecer, la cual ha dicho "Me niego. La niña y yo no bajamos del coche. Continuar a pie es una locura", pero Belén la ha convencido diciendo "Esther, confiemos en Erik. Él sabe lo que se hace y lo ha demostrado hasta ahora. Tenemos armas y la experiencia suficiente para movernos sin llamar mucho la atención. Marta estará a salvo mientras permanezcamos unidos. No te preocupes". Esther, aunque algo reticente, ha aceptado y seguidamente se ha puesto a decirle a la niña "Cariño, pase lo que pase, no te asustes. No te separes de mi lado en ningún momento y no me sueltes del pantalón, ¿vale? Será como un juego. El juego consiste en hacer el menor ruido posible para que los monstruos no nos vean, y si lo hacen, no tengas miedo porque no te pueden hacer nada estando nosotros contigo...". Mientras Esther le explicaba, Iván me ha dicho "Bien, el plan es el siguiente. Sacáis los trastos más esenciales del maletero mientras yo me encargo de despistar a los merodeadores con un cebo que se me acaba de ocurrir. Después, saltamos la palmera, trepamos por encima los coches y continuamos a pie avenida arriba, hasta que la carretera este más despejada y podamos agenciarnos otro carro. Y todo esto sin disparar una bala, ¿seréis capaces?". Mi respuesta ha sido ponerme manos a la obra. He abierto la puerta del coche y empuñando mi arma me he dirigido al maletero. Esther con la niña y Belén me han seguido. Hemos abierto el maletero y comenzado a sacar los trastos más útiles. Los mapas, las mochilas con la munición y la de los víveres, los prismáticos, el walkie... Hemos dejado todo aquello que no nos era esencial y después de cargarnos con todos los trastos, hemos cerrado el maletero. La siguiente imagen que han visto mis ojos ha sido el reguero de merodeadores que se nos acercaba. Algunos de ellos ya estaban bastante cerca. Iván estaba de rodillas en el suelo con medio cuerpo en el interior del coche, para ser exactos, en el habitáculo del conductor. Al acercarme para ver que hacía he comprendido cual era el cebo del cual hablaba. Después de enderezar el volante, ha embragado con una mano y ha puesto primera en el cambio de marchas. Acto seguido, ha tumbado una gran y pesada piedra sobre el acelerador, la cual debió cogerla en el mismo momento que nosotros estábamos sacando las cosas del maletero, y el motor del vehículo se ha revolucionado. Tras hacer esto, se ha puesto de pie con todavía la mano pulsando el embrague y de un salto, se ha alejado del coche. Este ha salido de estampida hacía los merodeadores mientras incrementaba la velocidad por momentos. Cuando ha llegado a la altura de los primeros andantes, se ha llevado a uno por delante, a dos, a tres, a cinco, a ocho... y así hasta terminar desviándose a la derecha y estrellándose a toda velocidad contra otro vehículo. El ruido ha sido colosal y el coche ha terminado volcado de lateral mientras una densa humareda salía del motor. Lo mejor de todo, que el plan de Iván ha salido a la perfección. Todos los merodeadores que nos seguían, ahora habían cambiado su rumbo dirección al vehículo. Era como si pensaran que seguíamos en el interior y no allí plantados observando la situación. Iván ha dicho "Vamos, ahora que están distraídos es el momento. Son estúpidos pero no tardarán en darse cuenta de que allí dentro no hay nadie". Nada más terminar la frase, nos hemos puesto manos a la obra.

Tras saltar la palmera y sin parar de mirar atrás para ver si alguno nos seguía, hemos comenzado a trepar por la pequeña montaña de coches. Yo he sido el primero y he ayudado a Esther a subir a la niña. Después ha subido Belén, Esther y, por último, Iván. Se ha hecho difícil transitar por el techo de los vehículos cargados con las armas y las mochilas, pero lo hemos podido hacer sin perder el equilibrio. Hemos caminado sobre estos y cuando por fin hemos encontrado una zona despejada, hemos bajado sin dificultades. Lo hemos hecho en pleno de una rotonda con una gran estatua. Una farola de gran tamaño estaba tumbada sobre este gran monolito de arte moderno, el cual se había partido. Esquivando este destrozo, hemos bajado de nuevo a la calzada y comenzado a andar escondiéndonos entre los coches. No hemos parado a descansar hasta que no hemos llegado a una zona segura y lo suficiente escondida a los merodeadores como ha sido entre varios coches y un autobús de turistas. Mientras recobrábamos el aliento, Belén ha preguntado como pensábamos orientarnos para llegar hasta la salida Tarragona-Reus. Ha sido Iván quién ha contestado "Por instinto, no nos queda otra. No tenemos el puto mapa de las calles de Tarragona, solo sabemos que la salida esta situada al oeste de la ciudad. A pie será imposible llegar, tendremos que buscar un coche, pero con las calles así de colapsadas, tampoco podremos circular. Así que por el momento no nos queda otra que patear y no ser vistos". Esther, que estaba ubicada en un extremo del autobús, ha asomado la cabeza y se ha girado rápidamente con la cara desencajada. La niña ha intentado asomarse también, pero Esther se lo ha impedido. Esa cara solo podía significar una cosa. Nos hemos acercado rápidamente y asomado la cabeza a ver que había. Casi me quedo sin habla. En la gran avenida que se extendía y por la cual teníamos que transitar, entre un mar de más y más coches, se podían ver por todos los lados, vagando, centenares de merodeadores. Unos en grupos y otros solitarios, pero por todas partes. Me disponía a ocultarme de nuevo cuando he podido ver una pierna asomando desde detrás del autobús, tendida en el suelo. Al principio, he pensado que se trataba de un cadáver allí tirado, pero debía asegurarme y me he asomado sigilosamente. Muy equivocado estaba, ya que lo que pensaba que era un cadáver, sí, lo era, pero no de los inmóviles. Allí, sentado y apoyado en la carrocería trasera del autobús, con aspecto cadavérico y rodeado de moscas, había un merodeador. Este, moviendo ligeramente la cabeza y abriendo y cerrando la boca intermitentemente, yacía allí sin percatarse de nuestra presencia. Iván ha empuñado el hacha con intención de salir a por él, pero yo le he hecho un gesto de que no. Ha obedecido. Mientras les hacía un gesto de silencio con el dedo y otro de que me siguieran, me he tumbado en el suelo y he comenzado a reptar por debajo del autobús. Todos me han imitado. Cuando he llegado al otro lado y fuera del perímetro de visión del merodeador, he corrido hasta refugiarme entre dos vehículos. Desde ahí he vigilado empuñando mi arma que los demás no tuvieran problemas para seguirme. Tras esto hemos comenzado la ardua tarea de continuar la marcha bordeando la zona sin ser vistos. Solo hemos sido descubiertos por un merodeador, pero este no ha supuesto ningún peligro ya que estaba atrapado en un coche que permanecía con las ventanillas cerradas. Al pasar por al lado y mientras este arañaba los cristales, me ha impactado ver que en el asiento trasero habían dos cadáveres ya devorados e irreconocibles con el cinturón de seguridad todavía puesto. Lo peor, es que esos dos cadáveres debieron pertenecer... a dos niños.

La marcha ha continuado sin incidencias, ocultos entre los vehículos y ajenos a los ojos de los merodeadores. Pero la cosa se ha complicado en cuanto nos hemos desviado de la avenida para internarnos en una amplia calle. Esta, sin apenas vehículos, estaba desierta de merodeadores. Al menos, aparentemente. Tras comenzar a transitar esta y con todos los sentidos puestos en nuestro alrededor, ha tenido lugar el trágico fallo que casi nos lleva a la muerte. Ha sido cuando hemos pasado junto a un cadáver que permanecía tendido en medio de la calle. En un principio, este era uno más de tantos que hemos visto desperdigados por la ciudad. Quién iba a imaginar que solo estaba sumido en un letargo del que justo a despertado cuando hemos pasado junto a él. Este, al sentirnos cerca, ha levantado la cabeza tan rápido que ha parecido que se la ha propulsado un resorte. Emitiendo un seco gemido y con un movimiento fugaz, ha extendido el brazo y agarrado del tobillo a la persona que tenía más próxima: Marta. La niña, que en todo momento había comprendido el rol a seguir, lo ha olvidado por unos instantes y terriblemente asustada, ha emitido un grito tan sumamente estridente, que se debe de haber escuchado en toda Tarragona. Esther le ha tapado la boca a toda prisa mientras la niña luchaba por soltarse de la mano del merodeador. Iván ha sacado el hacha y ha dejado caer el filo de este sobre el brazo y la cabeza del infectado, en este mismo orden. La cabeza se le ha hecho trizas. Acto seguido, ha dedicado unas palabras sumamente esperanzadoras: "Estamos jodidos. Ahora ya saben cual es nuestra ubicación. Más nos vale desaparecer de aquí a toda prisa". Y lo peor es que ha tenido razón. No ha terminado la frase siquiera, cuando por delante nuestra, procedentes de una travesía, han aparecido varios merodeadores con paso tambaleante. Hemos intentado retroceder, pero apenas hemos transitado unos metros cuando han hecho aparición un buen número de merodeadores por este tramo también. Estábamos en una ratonera y no nos ha quedado más remedio que abandonar el plan de no disparar nuestras armas. Después de cotejar cual era el mejor camino a tomar, nos hemos decantado por retroceder rumbo a la avenida. El motivo, una diferencia de seis merodeadores y que más vale malo conocido. He ajustado el alza de mi arma y comenzado a hacer blancos. Con el arma en fuego semiautomático he derribado a la primera a tres merodeadores. El cuarto, un gordo vestido con uniforme de gasolinera, ha resistido más y ha caído al cuarto disparo. Mis compañeros se han ocupado mientras del resto. Tras esto, nos hemos lanzado a la carrera mientras Iván abría fuego contra los nuevos merodeadores que hacían aparición en la calle. Nada más salir a la avenida, nos ha golpeado la desalentadora situación. Desde todos los puntos, desde todos los rincones, habían merodeadores dirigiendo su paso hacia nosotros. Y algunos de ellos desde posiciones muy cercanas. Desesperado, he preguntado que opción teníamos. Iván, con una mueca de preocupación que nunca antes he visto en su rostro, ha exclamado "Correr. Correr y buscar refugio cuanto antes". Predicando con el ejemplo, ha salido de estampida. Belén y Esther, todavía quietas, permanecían horrorizadas contemplando la marea de merodeadores que se nos venían encima. Hasta que no he cogido a Marta en brazos y les he gritado que reaccionaran, no han emprendido la marcha. Encabezando la maratón y tan solo a unos metros de nosotros, iba Iván, mientras que yo, con la niña en brazos, me he mantenido detrás de Belén y Esther, en la retaguardia. La carrera no ha sido nada fácil, ya que no hemos parado de sortear coches y de saltar mobiliario urbano, mientras que abríamos fuego contra todo merodeador que se ha interpuesto en nuestro camino. En un abrir y cerrar de ojos nos hemos alejado de aquella zona, pero no hemos aminorado la marcha, ya que por todas partes habían nuevos merodeadores clavando sus ojos en nosotros. Y así iba a ser hasta que no desapareciéramos de la avenida. Mientras le hablaba a la niña para tranquilizarla, en mi cabeza no he parado de repetir "Iván, por lo que más quieras, sal de esta puta avenida YA". Ha sido como si me hubiese escuchado. Pero no ha hecho exactamente lo que deseaba en ese momento. De repente, ha frenado en seco y se ha ocultado agachándose tras un coche. Mientras nosotros llegábamos a su posición, nos ha comenzado a hacer gestos de que lo imitásemos. Así lo hemos hecho. Justo cuando he llegado a su lado, le he preguntado "¿Que intentas hacer...?". No me ha dejado terminar. Sin apenas hacerme caso, ha comenzado a andar de cuclillas en dirección a la fachada de la finca más próxima. Cuando ha llegado a esta, se ha dirigido a la puerta de un gran comercio allí ubicado. Un gran almacén-tienda de joyería. La puerta estaba entreabierta y solo le ha bastado empujarla levemente. Después, se ha internado en esta y se ha perdido en el umbral de la puerta. Yo he instigado a Belén y a Esther a hacer lo mismo y, tras entrar, he cerrado la puerta lentamente.

La joyería ha resultado ser inmensa. Una gran sala repleta de mostradores, estanterías de cristal blindado y expositores. El lugar estaba oscuro e iluminado solo por la luz que entraba por el escaparate y la puerta. A pesar de esto, me he percatado de algo curioso, y es que me ha llamado la atención que gran parte de la joyería, sobretodo por la zona central, el suelo estaba lleno de billetes desperdigados. A pocos metros de mi, dos cajas registradoras reventadas contra el suelo. Debieron saquear esta joyería hace tiempo. Se nota sobretodo porque la mayoría de las estanterías y expositores blindados están abiertos y vacíos. Algunos otros seguían cerrados pero con los cristales con evidentes signos de haber sido golpeados. Con la niña todavía en brazos, he andado unos pasos junto a Belén y he visto a Iván realizar un rápido movimiento seguido de un sonido seco y acuoso. Un cuerpo ha caído derribado. Por lo visto, había un merodeador que no hemos visto y del cual Iván se ha encargado haciendo uso del hacha. La voz de Esther nos ha terminado de alarmar. Asustada y en voz baja, nos ha dicho "Están en la puerta, ¡esconderos!". Ni siquiera me he girado para comprobarlo. Con la niña a cuestas he empujado a Belén y hemos corrido tras un mostrador. Iván, empuñando el hacha, se ha ocultado tras una estantería y Esther ha permanecido agazapada tras unas cajas. Oculto tras el mostrador y fatigado, le he pasado la niña a Belén y, empuñando el arma, he asomado ligeramente la cabeza temiendo lo peor. Y en efecto, ahí estaban. En el exterior, cerca de la puerta habían unos tres, y diseminados a lo largo de los escaparates, unos cinco merodeadores. En esos instantes me he consolado pensando en que la puerta estaba cerrada y que los cristales son blindados. Han comenzado a merodear por la acera del comercio. Era como si nos buscaran, como si intentarán averiguar que rumbo habíamos tomado. Tres de ellos han desaparecido de mi campo de visión, posiblemente han desistido en la búsqueda. Otro de ellos, ha permanecido quieto y tambaleante a un metro de la puerta. Los otros han seguido rondando y uno de ellos... ay ese hijo de la gran p... Este, un viejo escuálido y de gran estatura, se ha quedado mirando al interior del comercio. Ha permanecido así durante unos segundos que se me han hecho eternos. Después, ha dado un primer paso hacía la puerta. He empuñando fuertemente el arma mientras en mi cabeza he comenzado a tranquilizarme a mi mismo diciendo "Esta cerrada, no puede entrar. Es imposible que lo consiga". El merodeador ha dado un segundo paso. "Este va a ser quién nos descubra. Como siga, va a terminar delatando nuestra posición a todos los de la avenida". Tercero. "En el momento comience a golpear la puerta, todos los de su alrededor se interesarán y harán lo mismo". Cuarto y ya ante la puerta. "Estamos jodidos". En este momento ha sido cuando ha acercado la cabeza al cristal y ha comenzado a mirar detenidamente el interior. No he podido evitar agachar ligeramente la cabeza. He aguardado oculto unos segundos, pero no he podido resistir volver a asomarme. Este continuaba en la puerta y oteando el interior como si esperase descubrir el más mínimo movimiento para intentar entrar. Casi me da algo cuando ha separado la cabeza del cristal y lentamente ha subido las manos, para después, intentar empujar la puerta torpemente. El primer intento ha sido leve, con una mano y cuanto apenas ha golpeado la puerta. El siguiente, algo más fuerte. El tercero, con ambas manos y el golpe ha resonado hasta nuestra posición. He podido ver como Iván agarraba con dos manos el hacha, preparándose para recibirlo. Cuarto golpe. Este ha sido de la misma intensidad que el anterior. El otro merodeador que permanecía quieto y de espaldas se ha girado, interesándose por el ruido. Quinto golpe, más fuerte y ha hecho temblar la puerta. El otro merodeador se ha girado y ha comenzado a dirigir su rumbo hacía la puerta. Los demás merodeadores han comenzado a interesarse por la tarea de su "compañero". El corazón se me ha desbocado ante la situación. El merodeador ha retrocedido un paso y, tambaleándose, con las manos en alto, se ha preparado para arremeter el siguiente golpe con aun más fuerza. Pero ese instante ha sido decisivo. Un sonido lejano se ha dejado oír y el merodeador se ha frenado, girando la cabeza. Dicho sonido se ha repetido un par de veces más, esta vez más claros y cercanos. Eran unos ladridos. Había un perro en el exterior. Todos los merodeadores, incluido el que golpeaba la puerta, se han girado y han dirigido su rumbo hacía el mismo punto. A paso ligero y con los brazos extendidos, han desaparecido. Al escuchar los ladridos, no he podido evitar pensar en Thor. Ha sido, por unos instantes, como si el perro que ladraba fuera él, como si él hubiese hecho aparición para salvarnos el pellejo una vez más. Y encima, el tono del ladrido. Os juro que era idéntico. Sino fuese porque yo lo vi morir ante mis ojos, afirmaría que esos ladridos eran suyos y que nos ha seguido hasta Tarragona. Pero lamentablemente eso es imposible... Sea como fuere, un perro que ha pasado casualmente por ahí o bien Thor echándonos un último cable desde el más allá, hemos salido airosos por los pelos.

Hemos permanecido ocultos el resto del día. Después de cerciorarnos de que la trastienda estaba despejada de indeseables y de parapetar la puerta, nos hemos resguardado en esta primera. Aquí, por lo menos, estamos a salvo de más merodeadores curiosos. Iván se ha pasado prácticamente todo el santo día forzando las cerraduras de los expositores que aun conservaban joyas. Aunque sea uno más de nosotros, no olvidemos su pasado en el "Skull korps". Por aquel entonces debió ser muy dado al saqueo. El resultado es que ha abierto dos de los expositores y ha llenado su mochila de cadenas de oro y anillos. Ha querido compartir su botín con nosotros, pero lo hemos rechazado. ¿Para que narices quiero yo eso si hoy en día tiene el mismo valor que un trozo de papel? Por lo menos, ha tenido un pequeño detalle que me ha gustado. De entre las joyas de su mochila ha sacado una y con un intento de poner voz simpática, se ha dirigido a Marta, diciéndole: "Pequeñaja, tengo un regalo para ti. Ven". La niña nos ha mirado indecisa y no ha hecho caso a las palabras de Iván. Era como si le tuviese miedo. Nosotros la hemos animado a ir, diciéndole, entre risas: "Ves, cariño, que aunque lo veas tan grande y tan malo, en el fondo es un trozo de pan". Tras nuestro beneplácito, la niña se ha atrevido y ha avanzado a pequeños pasos. Iván le ha dicho "Más deprisa o ¡saldré fuera y le daré tu regalo al primer merodeador que vea!". La nena ha agilizado el paso y cuando ha llegado frente a Iván, este ha sacado de su mano una pequeña cadenita de oro con un colgante y se la ha puesto en el cuello a Marta. Esta ha cogido el colgante y después de observarlo, ha corrido a enseñárnoslo mientras sonreía. Sosteniéndolo con su pequeña manita, nos ha mostrado el colgante. Era un pequeño delfín de oro. La niña ha estado como loca con el regalo de Iván hasta que ha caído la noche y se ha dormido. Que fácil es a veces hacer olvidar por unos instantes a una niña todo lo malo que ha visto hasta el momento. ¡Quién fuese niño!

Nos hemos dormido pronto. Sobre las 22:00 y tras establecer las guardias, hemos caído rendidos. Iván ha sido el primero en realizar la primera guardia y yo he caído rendido en seguida. Estaba soñando, ¡por primera vez en mucho tiempo!, con algo normal. No habían merodeadores en mi sueño, ni muertos, ni nada semejante. En el sueño me encontraba sentado en una terraza de un bar, frente a mi querida playa de Valencia, tomándome una cerveza y viendo a la gente pasar, con sus toallas, sus sombrillas, con el sol brillando en lo alto... ¡Que bonito sueño! ¡Quién pudiera vivir en él y no en esta maldita realidad! De esto hace tan solo unas horas. Que pena que Iván, el cual me estaba llamando, me haya arrancado de este sueño. Al principio, me he despertado sobresaltado, pensando que el motivo de la llamada de Iván era que los merodeadores habían entrado a la joyería. Pero gracias a Dios, no era eso. Iván me ha puesto el walkie delante de mis morros y me ha dicho "Escucha. Al otro lado están los de la señal que captamos hace unos días". Del walkie ha salido una voz, diciendo: "¿Hola? ¿Quién esta al otro lado?". No he podido evitar incorporarme de un salto y decirle a Iván que contestará. Iván ha respondido a la llamada diciendo "¿Me escuchas? Identificate si me oyes". Una respuesta demasiado brusca a mi modo de ver. Pero que se puede esperar de Iván. A pesar de esto, la voz masculina ha contestado, identificándose. "¡Por fin! ¡Alguien al otro lado! No sabes cuanto tiempo llevo intentando ponerme en contacto con alguien mediante este viejo trasto. Me llamo Antonio Reverte. ¿Y tú? ¿Cuantos sois? ¿O estas solo?". Iván, en su linea: "Demasiadas preguntas haces para no conocernos. Creo que eso es una información que me voy a reservar. En los tiempos que corren, no es muy recomendable ir facilitando esa clase de información. Dime que quieres". El tal Antonio ha replicado "Vaya... Nunca me imaginé que cuando estableciera contacto con alguien sería así. No sé que decir... Quizá tengas razón y yo tampoco deba facilitarte más información de la que ya te he facilitado". He mirado a Iván y le he dicho "¿Que coño haces? Deja de tener esa actitud...". Este me ha hecho caso omiso y ha contestado a Antonio "Ok. Me parece justo. Suerte". Este chico, definitivamente, es tonto. Le he reprochado su actuación y Belén me ha apoyado. Su contestación: "No nos podemos arriesgar. No sabemos quién es y que quiere. Además, en el caso que quiera ayuda, nosotros no nos encontramos en el mejor momento". El walkie ha sonado de nuevo. "Mira, quizá esto sea una locura. Tú no tienes mucha pinta de mover un dedo por nosotros y quizá tampoco seas de fiar, pero haré caso a mi hija y aprovecharé esta última oportunidad que se nos ha presentado. No nos podemos permitir el lujo de seguir intentando buscar a otra persona con la que contactar. Te comento. Nos estamos quedando sin víveres. Apenas nos queda comida, pero aun nos queda menos agua. No sé cuantos días más podemos aguantar así. Necesitamos salir de aquí cuanto antes, pero no lo podemos hacer solos. Necesitamos ayuda para hacerlo. El problema reside que ante las puertas de nuestra finca, hay un gran número de esas cosas y es imposible salir. Solo necesitaríamos que tú, con un vehículo pesado, despejes la zona. ¿Qué me dices? Te lo puedo recompensar". Iván se ha dirigido el walkie a la boca y se ha preparado a soltar una sonora negativa. Pero yo le he mirado fijamente y he dicho entre dientes "Podemos intentarlo...". Ha permanecido durante unos segundos en silencio y sin quitarme la mirada. Al final, ha dicho "Pero que mierda eres, Erik. Sor Erik te voy a llamar a partir de hoy" y ha respondido finalmente por walkie "Veré que se puede hacer. Dime cual es tu posición". La efusiva contestación de Antonio no se ha hecho esperar "¡Perfecto! ¡Gracias, gracias! No sabes cuanto te lo agradezco. Mira, nos encontramos en un edificio llamado Gran Torre del Sol. Es un edificio bastante grande, el más alto de la zona. Esta situado al final de la gran avenida que hay nada más entrar a Tarragona por la autovía principal. De todas formas, aunque no sé en que posición te encuentras, voy a disparar una bengala desde la ventana. Si estas cerca, estate atento". Al escuchar esto, Iván y yo nos hemos levantado rápidamente y hemos salido de la trastienda dirección a la puerta de la joyería. Primero nos hemos cerciorado de que en la puerta no había ningún merodeador. Al comprobar que no había ninguno en la puerta, nos hemos acercado a esta, la hemos abierto muy despacio y hemos salido, agachados, al exterior. El aire fresco nocturno me ha acariciado la cara. Hemos aguardado unos segundos sin parar de vigilar nuestro alrededor. La esperada bengala no ha tardado en hacer aparición. Avenida abajo, en la lejanía, se ha erguido hacia el cielo una potente luz roja. Todos lo merodeadores que teníamos cerca de nuestra posición se han quedado observando la luz, como hipnotizados. Acto seguido, han comenzado a andar en dirección a esta. Nosotros no hemos tardado en ocultarnos de nuevo en el comercio. Me he dirigido a Iván, diciéndole "La puta bengala estará atrayendo a todos los merodeadores a la zona". Su respuesta "Es lo que hay, Sor Erik". Capullo.

Hace tan solo unas horas que hemos acordado con Antonio que mañana a primera hora iremos e intentaremos despejar la puerta principal de su edificio, que prepare todas sus pertenencias para salir pitando de la casa. Él ha recalcado que hagamos uso de un gran vehículo, que no utilicemos un utilitario común. ¿Tantos merodeadores hay en su zona? Que locura.


- Erik -